Fuente: http://www.elpais.com/articulo/portada/mono/artistico/elpepuculbab/20100424elpbabpor_21/Tes
Afirma Henry de Lumley (La gran aventura de los primeros hombres europeos, Tusquets) que la adquisición de la simetría, primer indicio del sentido ("humano") de la armonía, tuvo lugar hace 1,5 millones de años, en el territorio que se extiende entre el sur de la actual Etiopía y el norte de Kenia. El protagonista de ese acontecimiento fue Homo erectus que, a diferencia de su coetáneo Australopitecus robustus, comía carne y fabricaba útiles para proveérsela y manipularla: el bifaz, esa herramienta cortante característica de las culturas achelenses, fue el primer producto de esa sensibilidad "artística" de nuestros más lejanos parientes. Lumley sostiene que algunas de las características de esos bifaces (el color de las piedras elegidas, la intencionada simetría del tallado) no hacían que la herramienta fuera más funcional, sino que servían para proporcionar el primer latido de lo que podríamos llamar satisfacción estética. Por su parte, Denis Dutton, un psicólogo evolucionista partidario de una concepción del arte "naturalista y transcultural", argumenta en su muy polémico (y legible) El instinto del arte (Paidós) que el surgimiento y desarrollo de las artes son resultado de un conjunto de adaptaciones evolutivas que se iniciaron hace miles de años, y que tanto nuestro amor a la belleza -el "instinto artístico"- como nuestros gustos y preferencias serían innatos y universales, y no resultado de construcciones sociales o culturales. Dutton llega a afirmar que si a miembros de diferentes culturas les atraen por igual las representaciones de paisajes abiertos con imágenes de agua y de árboles en la lejanía es porque, de alguna manera, les "evocan" la sabana de la que, como especie, procedemos. Y propone un itinerario darwinista para ilustrar cómo llegamos a convertirnos en "una especie obsesionada por la creación de experiencias artísticas", insistiendo (a través de diversos ejemplos) en que la comprensión de los procesos adaptativos que dieron lugar al instinto artístico puede contribuir a "realzar nuestro disfrute estético". Su libro supone un paso más en el muy contemporáneo maridaje de la filosofía del arte y el neodarwinismo. Y, desde luego, un intencionado torpedo dirigido a la línea de flotación de las interpretaciones suministradas desde la antropología y los estudios culturales.
Un nuevo tipo de humano prehistórico ha sido descubierto por primera vez a partir de un análisis genético y no de la forma de sus fósiles. El hallazgo, que confirma el potencial de la genética para reconstruir el pasado, no resuelve ningún enigma sino que plantea otros nuevos hasta ahora insospechados. Es uno de esos avances en que, cuanto más se sabe, más se ignora.
El espécimen ahora descubierto, al que los investigadores llaman provisionalmente Mujer X, vivió en el sur de Siberia en algún momento hace entre 30.000 y 48.000 años. En esa misma época campaban en aquella región tribus de neandertales y estaban llegando los primeros Homo sapiens que venían de África. El descubrimiento, anunciado anoche por la revista Nature en su edición electrónica, llega siete años después del hallazgo del pequeño Homo floresiensis, popularmente conocido como el Hobbit, que vivió en la isla indonesia de Flores hasta hace 13.000 años.
Estos nuevos fósiles, el de Siberia y los de Indonesia, demuestran que, cuando los Homo sapiens salieron de África hace unos 60.000 años, las poblaciones humanas eran más diversas de lo que se pensaba hace apenas una década. Durante un siglo y medio los prehistoriadores habían pensado que nuestra especie sólo se había encontrado con los neandertales en su expansión por Eurasia y Oceanía. Ahora se demuestra que se cruzó por lo menos con dos especies humanas más, y tal vez con alguna más aún no descubierta.
"Pienso que nuestra especie fue de algún modo responsable" de la extinción de las otras especies humanas, declaró el martes en rueda de prensa telefónica Svante Pääbo, investigador del Instituto Max Planck de Biología Evolutiva de Leipzig (Alemania) y director de la investigación. "Pero no sabemos si tuvimos una responsabilidad directa o no".
Eudald Carbonell, codirector de las investigaciones de Atapuerca, coincide en que "llama la atención que la expansión de nuestra especie coincidiera con la extinción de todas las demás especies humanas. Pero esto no significa necesariamente que los Homo sapiens fuéramos grandes exterminadores. Tal vez las otras especies estaban ya en crisis y se hubieran extinguido igual".
Todo lo que se ha encontrado por ahora del espécimen de Siberia es un fragmento de falange de un dedo meñique de la mano. El fósil apareció en el 2008 en la cueva de Denisova, una amplia cavidad situada a orillas del río Anui. Un lugar hospitalario para los humanos que vivieron en Siberia en la prehistoria y en el que también se han hallado numerosas herramientas de piedra y adornos de hueso de hasta 125.000 años de antigüedad.
De ese fragmento de falange, atribuido a un niño o una niña que murió cuando tenía entre cinco y siete años, un equipo internacional de investigadores dirigido por Svante Pääbo ha extraído una muestra de 30 miligramos de hueso para analizarla genéticamente. Pääbo es líder mundial en el estudio del ADN de los neandertales y parte de sus investigaciones consiste en comparar fósiles de distintas regiones para reconstruir las relaciones de parentesco entre ellos.
Pero la gran sorpresa en este caso fue que la falange no correspondía ni a un neandertal ni a un Homo sapiens. Al comparar secuencias genéticas del fósil de Siberia con seis fósiles de neandertales –uno de ellos encontrado en la cueva del Sidrón, en Asturias–, aparecieron tantas diferencias que no podían corresponder a fósiles de la misma especie. Y al compararlas con restos de Homo sapiens, también resultaron ser demasiado distintas.
"Me llamaron al móvil mientras estaba en un congreso en Estados Unidos para anunciarme el resultado del análisis y, cuando me dieron la noticia, no me lo creí. Era algo tan inesperado que pensé que me estaban tomando el pelo", reconoció Pääbo.
Los análisis genéticos de los fósiles se han basado en el llamado ADN mitocondrial. Se trata de un tipo de ADN que no se encuentra en el núcleo de las células como la mayor parte del genoma sino en las mitocondrias –unos pequeños orgánulos que tienen la misión de generar energía en las células–. Es un ADN que se transmite de generación en generación únicamente por línea materna (aunque lo tienen tanto hombres como mujeres), motivo por el que los investigadores han preferido llamar al espécimen Mujer X que Homo X.
Según los resultados presentados en Nature, cuando se compara el ADN mitocondrial de dos personas de nuestra especie, se encuentra una media de 60 diferencias genéticas entre ellas. Cuando se compara el ADN mitocondrial de neandertales y Homo sapiens, se encuentra una media de 202 diferencias. Pero cuando se comprara el ADN mitocondrial de la falange de Denisova con el de nuestra especie, las diferencias ascienden a 385.
Que nuestro ADN sea más parecido al de los neandertales que al de la falange de Denisova significa que estamos más estrechamente emparentados con los neandertales que con aquellos antiguos pobladores de Siberia. Los investigadores han calculado también que hay una media de 1.461 diferencias genéticas entre el ADN mitocondrial de los chimpancés y el de nuestra especie. Si se tiene en cuenta que el linaje humano y el de los chimpancés se separó hace seis millones de años en algún lugar de África, los investigadores han calculado que el último ancestro común entre nuestra especie y el espécimen de Denisova vivió hace alrededor de un millón de años. En cambio, la rama del árbol de la evolución que lleva hacia los neandertales se separó de nuestro linaje hace sólo medio millón de años.
A partir de aquí todo son incógnitas. Los investigadores no saben dónde encaja la nueva pieza de Denisova en el gran rompecabezas de la evolución humana. No saben de qué especies desciende ni saben a qué especie corresponde. Con un fragmento de falange como único botín, no saben ni cuánto medía ni qué aspecto tenía. "Si vivía en Siberia en una época glaciar, conviviendo con mamuts y rinocerontes lanudos, probablemente llevaba ropas de abrigo, poco más se puede decir", declaró en la rueda de prensa Johannes Krause, primer autor de la investigación.
Los autores del descubrimiento piensan que la falange de Denisova corresponde probablemente a una especie hasta ahora desconocida. Pero están a la espera de analizar su ADN nuclear para confirmar esta hipótesis y por ahora, recalcó Pääbo, "nos hemos abstenido de presentarlo como una nueva especie".
Estos nuevos fósiles, el de Siberia y los de Indonesia, demuestran que, cuando los Homo sapiens salieron de África hace unos 60.000 años, las poblaciones humanas eran más diversas de lo que se pensaba hace apenas una década. Durante un siglo y medio los prehistoriadores habían pensado que nuestra especie sólo se había encontrado con los neandertales en su expansión por Eurasia y Oceanía. Ahora se demuestra que se cruzó por lo menos con dos especies humanas más, y tal vez con alguna más aún no descubierta.
"Pienso que nuestra especie fue de algún modo responsable" de la extinción de las otras especies humanas, declaró el martes en rueda de prensa telefónica Svante Pääbo, investigador del Instituto Max Planck de Biología Evolutiva de Leipzig (Alemania) y director de la investigación. "Pero no sabemos si tuvimos una responsabilidad directa o no".
Eudald Carbonell, codirector de las investigaciones de Atapuerca, coincide en que "llama la atención que la expansión de nuestra especie coincidiera con la extinción de todas las demás especies humanas. Pero esto no significa necesariamente que los Homo sapiens fuéramos grandes exterminadores. Tal vez las otras especies estaban ya en crisis y se hubieran extinguido igual".
Todo lo que se ha encontrado por ahora del espécimen de Siberia es un fragmento de falange de un dedo meñique de la mano. El fósil apareció en el 2008 en la cueva de Denisova, una amplia cavidad situada a orillas del río Anui. Un lugar hospitalario para los humanos que vivieron en Siberia en la prehistoria y en el que también se han hallado numerosas herramientas de piedra y adornos de hueso de hasta 125.000 años de antigüedad.
De ese fragmento de falange, atribuido a un niño o una niña que murió cuando tenía entre cinco y siete años, un equipo internacional de investigadores dirigido por Svante Pääbo ha extraído una muestra de 30 miligramos de hueso para analizarla genéticamente. Pääbo es líder mundial en el estudio del ADN de los neandertales y parte de sus investigaciones consiste en comparar fósiles de distintas regiones para reconstruir las relaciones de parentesco entre ellos.
Pero la gran sorpresa en este caso fue que la falange no correspondía ni a un neandertal ni a un Homo sapiens. Al comparar secuencias genéticas del fósil de Siberia con seis fósiles de neandertales –uno de ellos encontrado en la cueva del Sidrón, en Asturias–, aparecieron tantas diferencias que no podían corresponder a fósiles de la misma especie. Y al compararlas con restos de Homo sapiens, también resultaron ser demasiado distintas.
"Me llamaron al móvil mientras estaba en un congreso en Estados Unidos para anunciarme el resultado del análisis y, cuando me dieron la noticia, no me lo creí. Era algo tan inesperado que pensé que me estaban tomando el pelo", reconoció Pääbo.
Los análisis genéticos de los fósiles se han basado en el llamado ADN mitocondrial. Se trata de un tipo de ADN que no se encuentra en el núcleo de las células como la mayor parte del genoma sino en las mitocondrias –unos pequeños orgánulos que tienen la misión de generar energía en las células–. Es un ADN que se transmite de generación en generación únicamente por línea materna (aunque lo tienen tanto hombres como mujeres), motivo por el que los investigadores han preferido llamar al espécimen Mujer X que Homo X.
Según los resultados presentados en Nature, cuando se compara el ADN mitocondrial de dos personas de nuestra especie, se encuentra una media de 60 diferencias genéticas entre ellas. Cuando se compara el ADN mitocondrial de neandertales y Homo sapiens, se encuentra una media de 202 diferencias. Pero cuando se comprara el ADN mitocondrial de la falange de Denisova con el de nuestra especie, las diferencias ascienden a 385.
Que nuestro ADN sea más parecido al de los neandertales que al de la falange de Denisova significa que estamos más estrechamente emparentados con los neandertales que con aquellos antiguos pobladores de Siberia. Los investigadores han calculado también que hay una media de 1.461 diferencias genéticas entre el ADN mitocondrial de los chimpancés y el de nuestra especie. Si se tiene en cuenta que el linaje humano y el de los chimpancés se separó hace seis millones de años en algún lugar de África, los investigadores han calculado que el último ancestro común entre nuestra especie y el espécimen de Denisova vivió hace alrededor de un millón de años. En cambio, la rama del árbol de la evolución que lleva hacia los neandertales se separó de nuestro linaje hace sólo medio millón de años.
A partir de aquí todo son incógnitas. Los investigadores no saben dónde encaja la nueva pieza de Denisova en el gran rompecabezas de la evolución humana. No saben de qué especies desciende ni saben a qué especie corresponde. Con un fragmento de falange como único botín, no saben ni cuánto medía ni qué aspecto tenía. "Si vivía en Siberia en una época glaciar, conviviendo con mamuts y rinocerontes lanudos, probablemente llevaba ropas de abrigo, poco más se puede decir", declaró en la rueda de prensa Johannes Krause, primer autor de la investigación.
Los autores del descubrimiento piensan que la falange de Denisova corresponde probablemente a una especie hasta ahora desconocida. Pero están a la espera de analizar su ADN nuclear para confirmar esta hipótesis y por ahora, recalcó Pääbo, "nos hemos abstenido de presentarlo como una nueva especie".