dilluns, 5 de gener del 2009

Seguimos la pista a los Reyes Magos

LUIS MIGUEL ARIZA EL PAÍS EPS, 04/01/2009

¿Eran hombres o mujeres? ¿Seguían alguna estrella? Ni siquiera sabemos si fueron reyes. Nuevos y viejos libros sobre Melchor, Gaspar y Baltasar mantienen viva una intriga apasionante.

Son unos de los personajes más misteriosos de la Biblia y su existencia se desliza a través de unas escasas líneas, dignas de una película de suspense. Los Reyes Magos de Oriente acudieron al rey Herodes atraídos aparentemente por culpa de una estrella colgada en el cielo. De acuerdo con Mateo, Herodes les interrogó "sobre los tiempos de la aparición de la estrella". Les conminó a encontrar al Niño y a informarle de su emplazamiento exacto. Ellos encontraron a Jesús, le ofrecieron "oro, incienso y mirra", y, advertidos en sueños de las intenciones de Herodes para destruir al pequeño, retornaron a su tierra "por otro camino". En la Biblia no se cita ni una sola vez que eran reyes, ni se mienta su número. No sabemos si eran hombres o mujeres. Ni siquiera tenemos la más mínima pista acerca de sus nombres. ¿Existieron realmente? ¿De dónde venían?

"La referencia que hay en los evangelios sobre los Magos es simbólica, y tiene una finalidad puramente narrativa", asegura Juan Pedro Monferrer, profesor del departamento de Estudios Islámicos y semíticos de la Universidad de Córdoba. "Los nombres que hoy conocemos no aparecen hasta el siglo VIII", asegura Monferrer. En la crónica Excerpta latina barbari, los vemos plasmados sobre tinta: "En el tiempo del reinado de Augusto, el 1 de enero, los Magos le trajeron regalos y le adoraron. Los nombres de los Magos eran Bithisarea, Melichior y Gathaspa [Baltasar, Melchor y Gaspar]".

La investigación de los textos religiosos permite sin embargo escarbar en un pasado lleno de secretos, pistas, sorprendentes posibilidades y contradicciones. Por ejemplo, ¿hubo más de tres Magos? Las tradiciones antiguas sugieren que pudieron existir hasta doce. "Once príncipes y un rey", nos dice John A. Tvedtnes, antropólogo y experto lingüista en estudios hebreos y de Oriente Medio. Tvedtnes adelanta algunas de las conclusiones de su último libro, The First Noel: The Origin and Evolution of Christmas, sobre la historia de la Navidad: "De acuerdo con registros persas, eran príncipes que llevaban un ejército de hasta ocho mil, cuando llegaron a Callinice, que es Raqah (el actual Omán), y se enteraron de que una gran hambruna reinaba en Judea. Los príncipes dejaron a la mayoría de sus hombres y acudieron a Belén con un millar de hombres para hacer sus ofrendas". "Fue el papa Leo el Grande (entre los años 440 y 464 después de Cristo) el que popularizó la idea de tres Magos", escribe este experto basándose en los tres regalos tan caros que trajeron -oro, incienso y mirra-.

Los mitos sobre la primera Navidad abundan, pero no sabemos siquiera si los Magos usaron camellos o algún tipo de animal para el transporte. Ni siquiera estamos seguros de que fueran reyes. La primera traducción al inglés del Nuevo Testamento se llevó a cabo en 1382 por John Wickliffe, un teólogo y reformista nacido en Lutterworth que interpretó el término griego magoi como kyngis, reyes. Mateo se refiere a ellos como "magos"; un término griego, magoi, que es el nombre de una tribu parta de origen persa. Pero el desacuerdo geográfico sobre su procedencia es amplio y diverso.

El monje carmelita Juan de Hildesheim sí "aporta" en el siglo XIV más información sobre los Magos. Su obra Historia Trium Regum narra que murieron probablemente en la mitad del siglo en el que falleció Jesús. Helena de Bizancio retornaría siglos más tarde a la Tierra Santa y se hizo con los huesos de Sus Majestades para llevarlos hasta la catedral de Santa Sofía, en Constantinopla. Pero a la muerte de Constantino, su hijo, los restos se trasladaron hasta una iglesia de Milán. Entre 1158 y 1162, Federico I Barbarroja, rey de Italia, pidió ayuda militar al arzobispo de Colonia en su lucha contra Milán, y como recompensa le regalaría posteriormente los restos de los Magos, que descansarían finalmente en el altar de una catedral de Colonia (Alemania). ¿Son los auténticos huesos? Ni aunque pudiéramos analizar su ADN obtendríamos respuesta.

Queda, pues, la estrella de Belén. Si hubiera existido, podría argumentarse que lo que vieron estos Magos de leyenda fue al menos real. El súbito interés por el astro como signo premonitorio implicaría, de acuerdo con Tvedtnes, que eran astrónomos o astrólogos. Sin embargo, se trata de un nuevo objeto brillante en el firmamento que aparece dos veces: la primera, para atraer a los Magos hasta Jerusalén, y la segunda, para señalar el emplazamiento exacto de Belén. Que el rey Herodes les interrogue sobre la estrella sugiere que desconocía su existencia. Asumiendo que los Magos fueran persas, el viaje, nos dice el astrofísico Mark Kidger, supone una odisea de 1.500 kilómetros por dos desiertos inhóspitos y una cordillera montañosa. Una travesía que podría llevar entre 3 y 12 meses. Kidger, astrofísico de la misión del Observatorio Espacial Herschel de la Agencia Espacial Europea, sugiere que la estrella de Belén pudo ser una nova, el resultado de una explosión estelar. "Prueba de ello son los registros de crónicas chinas realizadas durante el mes de marzo en el año 5 antes de Cristo", indica. La mayoría de los expertos coinciden en que la fecha del alumbramiento del Mesías pudo ocurrir cuatro o cinco años antes del año 0, ya que los escritos bíblicos sostienen que Jesús nació cuando Herodes aún reinaba, y el rey judío murió en el año 4 antes de Cristo. La explosión de esta nova fue observada entre las constelaciones de Capricornio y el Águila, explica Kidger, autor del libro The Star of Bethlehem (La estrella de Belén, Princeton University Press). La nueva luz en el cielo habría mantenido su intensidad durante unos dos meses y medio, tiempo suficiente para que los Magos hubieran llegado hasta Jerusalén, y de ahí hasta Belén, si hubieran utilizado transporte animal.

Simo Parpola, profesor de Asiriología de la Universidad de Helsinki, argumenta que este tipo de explosiones estelares se mantienen fijas en el cielo con relación al movimiento de las demás estrellas, algo que no cuadraría con la concepción de san Mateo sobre la estrella de Belén: un objeto que se desplazaba en el cielo. Para Kidger, esta estrella viajera es sin embargo una mala interpretación, "ya que los mismos Magos comentan que la estrella que habían visto en Oriente ya iba delante de ellos cuando caminaron de Jerusalén a Belén, y Belén está exactamente al sur de Jerusalén [a unos diez kilómetros]". Una nova aparecida al sur podría haber dado la impresión de una estrella que acompañaría a los Magos en su viaje, yendo por delante de ellos en el camino.

En cualquier caso, Parpola sugiere, en un artículo publicado en la revista Bible Review, que pudo deberse a la conjunción de planetas. La que ofrece una mejor explicación, de acuerdo con este profesor, fue la que se produjo cuando Júpiter y Saturno se aproximaron hacia el año 7 antes de Cristo. La arqueología confirmó que los astrónomos babilonios la habían registrado en sus tabletas de barro hacia ese mismo año, concretamente en la constelación de Piscis, e indicaron que fue visible durante 11 meses. En esa época "existió un cierto vacío de poderes en el Cercano Oriente", escribe Parpola. Judea no era otra cosa que los restos del Imperio Seléucida, desmoronado hacia el año 64 antes de Cristo y que ahora era una provincia, Siria, anexionada a Roma, cuyo poder tampoco estaba consolidado en la región. Los romanos eran vistos como invasores ilegítimos, y existía la esperanza de que un rey llevado por la mano de Dios pudiera echarles para crear un mundo nuevo. Saturno y Júpiter no habrían pasado inadvertidos para cualquier astrólogo babilonio. El resto, ya es historia.