Eso fue así hasta la Segunda Guerra Mundial, pero a partir de 1955, por tomar un hito que fue el Congreso para la Libertad Cultural en Milán, Daniel Bell osó anunciar El fin de la ideología, libro publicado en 1960. Sin ideologías no hay partidos y sin ellas, los partidos que intentan subsistir se quedan sin discurso. Lo tuvieron, en el siglo XIX, pero ya no lo tienen porque la izquierda ha muerto de éxito.
Después de la II Guerra Mundial, John Maynard Keynes colaboró con el partido laborista inglés para establecer una fusión entre capitalismo y socialismo que es el sistema en que nos movemos ahora todos los países democráticos y desarrollados. Un capitalismo con cara humana, matizado por el welfare state. No por casualidad Keynes era íntimo en el grupo de Bloomsbury, un conjunto de artistas e intelectuales ingleses discípulos del filósofo George Moore que creían, en palabras de Clive Bell, que el fin de la existencia humana son ciertos estados mentales serenos, intensos y refinados que sólo se consiguen bajo tres condiciones necesarias: seguridad, ocio y libertad. El socialismo fabiano de los Webb, Bernard Shaw, incluso Bertrand Russell propició que en 1945 se instaurase el welfare state para paliar las desigualdades causadas por el mercado y la competencia. Se montó así un sistema mixto social-capitalista o capital-socialista que es el que usamos en la UE.
De modo que las ideologías de izquierda del siglo XIX, comunismo, socialismo, anarquismo, han conseguido las reivindicaciones que su lucha durante ese siglo ha impuesto en el siguiente:
- semana de 40 horas,
- condiciones de trabajo más humanas,
- seguridad social,
- derecho de huelga,
- subsidio de paro,
- jubilaciones,
- sanidad y educación gratuitas.
Cuando una organización o movimiento consigue sus reivindicaciones, se disuelve o se inventan otras. Lo malo es que reivindicar los derechos de los marginados no es tan de vida o muerte como bajar la semana laboral de 60 a 40 horas y puede que esas nuevas reivindicaciones no levanten tantas adhesiones como las más apremiantes injusticias del capitalismo salvaje del siglo XIX.
Bell sostiene que en El fin de la ideología no dijo que se acababa el pensamiento ideológico, sino que el agotamiento de las viejas ideologías iba a conducir inevitablemente a defender ideologías nuevas: “Al final de los años 50 nos encontramos con una desconcertante censura. En Occidente,entre los intelectuales, las viejas pasiones se han gastado. La nueva generación se encuentra buscando nuevos propósitos dentro de un marco político que ha rechazado las visiones apocalípticas y milenaristas. En busca de una nueva causa que defender, se observa una profunda, desesperada, casi patética ira... una búsqueda incansable para dar con un nuevo radicalismo intelectual. La ironía para estos que buscan nuevas causas es que los obreros, cuyas reivindicaciones fueron antes la energía que movió el cambio social, ahora están más satisfechos con la sociedad que los intelectuales”.
De modo que los intelectuales van por un lado y los trabajadores por otro. Unos querían mejoras concretas en su nivel de vida, los otros querían cambiar el mundo y hallar un sistema de organización social y económica que sustituya al capitalismo. Pero no lo hemos sabido encontrar y así como la democracia es el menos malo de los sistemas políticos, el capitalismo, por ahora, se ha demostrado el menos malo de los sistemas económicos.
Los intellos típicos hablan de la vieja y la nueva clase trabajadora y debaten cual teólogos porque su objetivo no es iluminar los cambios sociales que están ocurriendo, sino salvar el concepto marxista de cambio social y la idea leninista de los agentes del cambio. Están perdidos. Si la clase trabajadora está cambiando de naturaleza en la sociedad postindustrial, ¿cómo mantener la visión marxista del cambio social? Y si la clase trabajadora no hereda el mundo –de hecho, disminuye–, ¿cómo fortificar la dictadura de proletariado y el papel del PC como vanguardia de la clase trabajadora? El partido comunista se quedó sin ideología, el socialista ha conseguido aplicar sus peticiones. Falta discurso.
No tiene por qué ser malo. Otras ideologías surgirán en su lugar; la ecología ya lo ha hecho, y otras, como la economía budista de Schumacher, pueden aparecer. Lo malo es que partidos sin ideología e ideologías sin discurso se queden como momias e intenten ganar elecciones una vez muertos como el Cid. Quienes sacaron a pasear al pobre Campeador muerto son los mismos que nos piden el voto para una izquierda que murió de éxito o de fracaso.
2-I-11, Luis Racionero, lavanguardia
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