la autora
Todavía en el imaginario occidental la figura de la Emperatriz Cixí (1835-1908), también se escribe Tzu Hsi, quedó malévolamente reflejada en la película de Nicholas Ray 55 días en Pekín (1963), rodada en España. Esa imagen de monarca despiadada, cruel y vengativa, sin duda casaba bien con los intereses del guión, pero poco tenía que ver con la realidad histórica de su luengo reinado (más de cuatro décadas).
Tampoco la historiografía china, hasta fecha reciente, ha sido benévola con ella. Casi se podría decir que se le achacaron todos los males, y fueron cientos, que sufrió la inmensa población del antiguo Imperio del Centro a lo largo del siglo XX: cambios de regímenes políticos, guerras civiles, persecuciones políticas, dictaduras, hambrunas, invasiones, desgarros y un sinfín de tormentos.
Tampoco la historiografía china, hasta fecha reciente, ha sido benévola con ella. Casi se podría decir que se le achacaron todos los males, y fueron cientos, que sufrió la inmensa población del antiguo Imperio del Centro a lo largo del siglo XX: cambios de regímenes políticos, guerras civiles, persecuciones políticas, dictaduras, hambrunas, invasiones, desgarros y un sinfín de tormentos.
Cambiarlo todo
Jung Chang (Sichuan, 1952), autora de una de las más conmovedoras crónicas de la vida contemporánea en China, Cisnes salvajes (1991), un libro de éxito mundial, y más tarde, de la más completa -hasta la fecha- biografía sobre Mao (2006), traza aquí, como es costumbre en ella, de manera magistral, exhaustiva y vibrante, la verdadera historia de Cixí. Sí, la concubina que emprendió, contra estos y aquellos, la modernización del coloso de Extremo Oriente.
Esta es una biografía política escrita a partir de la consulta de infinidad de estudios, memorias, decretos imperiales, expedientes judiciales, informes políticos, correspondencia pública y privada, diarios, testimonios y relatos (buena parte de testigos directos), ya fueran altos cargos chinos que dejaron huella escrita de aquellos años o diplomáticos, médicos, políticos, artistas, funcionarios, militares y misioneros extranjeros, entre tantos.
Son de excepcional interés las memorias de Sarah Pike Conger, esposa que fue del embajador norteamericano en la corte de Cixí. Junto al testimonio de otros que muestran, o mejor, abren una estancia oculta a la Historia de China y el papel representado por la Emperatriz viuda. W A. P Martin escribiría entonces: «Han pasado poco más de ocho años desde la restauración, si se puede llamar así al regreso de la corte en enero de 1902. En este periodo se puede afirmar que se han decretado más reformas trascendentales en China que en ningún otro país a lo largo de medio siglo, con la excepción de Japón, cuyo ejemplo profesa seguir China, y Francia en la Revolución, de la que Macaulay asegura "cambiaron todo, desde los ritos de la religión hasta la moda en las hebillas de los zapatos”».
Cixí con sus dos eunucos favoritos, Lianying y Cui, venera a Guan Yin, la Diosa de la Misericordia, en 1903.
Poder absoluto
El libro viaja a través de todos los episodios relevantes de una vida consagrada al poder absoluto. Desde la llegada a la Ciudad Prohibida (1852) para ocupar el menesteroso rango de concubina del Emperador, y no en la más alta escala, a las Guerras del Opio y el incendio, por parte de las tropas occidentales, del antiguo Palacio de Verano. Describe, preciso y conciso, el golpe de Estado a la muerte del emperador Xian Feng (1861) y el momento en que tímidamente comienza la larga marcha de la modernidad y los primeros contactos y tentativas con el mundo occidental. Cuenta la oportuna desaparición del emperador Tongxhi (1875) y el inmenso error de apoyar a los caóticos bóxers (1899), y así hasta el momento fatal de su muerte. Cixí- fallece en medio de un Imperio que se derrumba y se pretendió inmortal, amenazado por las intrigas de antirreformistas y potencias extranjeras; de manera especial, Japón.
Lo que se narra en este soberbio libro es tan espeluznante como revelador, tan novedoso como revolucionario. Jung Chang relata, de manera magistral, cómo la propia Emperatriz habría tratado de impulsar, en la última etapa de su poder, una monarquía parlamentaria. El perfil que traza Jung Chang de Cixí no es una superficial exégesis del personaje, sino que lo describe con sus luces y sus sombras.
Bajo su reinado, China comenzó a presentar los rasgos de un Estado moderno: ferrocarriles, electricidad, telégrafo, teléfono, medicina occidental, armada y ejército acordes con los usos contemporáneos, apertura del comercio, primeros atisbos de un tratamiento fiscal semejante al occidental, una diplomacia abierta a los acuerdos y los tratados de cooperación, cambio radical del sistema educativo, anquilosado desde hacía más de mil años (literal); libertad de prensa y pensamiento como la China actual no disfruta y profunda liberación de la mujer (desde la abolición de la salvaje costumbre de vendar los pies a las niñas al fomento del estudio y la instrucción).
Dejó, en el tintero de los proyectos, cuando ya estaba elaborado, el más grande: transformar una nación de súbditos en otra de ciudadanos con derecho al voto. Es un inmenso placer leer un libro de Historia bien escrito, sin que la hojarasca académica infecte la narración, apoyado en una documentación esencial y apabullante. Uno de los grandes libros del año.
FERNANDO R. LAFUENTE
Poder absoluto
El libro viaja a través de todos los episodios relevantes de una vida consagrada al poder absoluto. Desde la llegada a la Ciudad Prohibida (1852) para ocupar el menesteroso rango de concubina del Emperador, y no en la más alta escala, a las Guerras del Opio y el incendio, por parte de las tropas occidentales, del antiguo Palacio de Verano. Describe, preciso y conciso, el golpe de Estado a la muerte del emperador Xian Feng (1861) y el momento en que tímidamente comienza la larga marcha de la modernidad y los primeros contactos y tentativas con el mundo occidental. Cuenta la oportuna desaparición del emperador Tongxhi (1875) y el inmenso error de apoyar a los caóticos bóxers (1899), y así hasta el momento fatal de su muerte. Cixí- fallece en medio de un Imperio que se derrumba y se pretendió inmortal, amenazado por las intrigas de antirreformistas y potencias extranjeras; de manera especial, Japón.
Lo que se narra en este soberbio libro es tan espeluznante como revelador, tan novedoso como revolucionario. Jung Chang relata, de manera magistral, cómo la propia Emperatriz habría tratado de impulsar, en la última etapa de su poder, una monarquía parlamentaria. El perfil que traza Jung Chang de Cixí no es una superficial exégesis del personaje, sino que lo describe con sus luces y sus sombras.
Bajo su reinado, China comenzó a presentar los rasgos de un Estado moderno: ferrocarriles, electricidad, telégrafo, teléfono, medicina occidental, armada y ejército acordes con los usos contemporáneos, apertura del comercio, primeros atisbos de un tratamiento fiscal semejante al occidental, una diplomacia abierta a los acuerdos y los tratados de cooperación, cambio radical del sistema educativo, anquilosado desde hacía más de mil años (literal); libertad de prensa y pensamiento como la China actual no disfruta y profunda liberación de la mujer (desde la abolición de la salvaje costumbre de vendar los pies a las niñas al fomento del estudio y la instrucción).
Dejó, en el tintero de los proyectos, cuando ya estaba elaborado, el más grande: transformar una nación de súbditos en otra de ciudadanos con derecho al voto. Es un inmenso placer leer un libro de Historia bien escrito, sin que la hojarasca académica infecte la narración, apoyado en una documentación esencial y apabullante. Uno de los grandes libros del año.
FERNANDO R. LAFUENTE
Fuente: http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/cultural/2014/05/03/010.html
Cixí, una concubina que reinó entre eunucos
Era una más el harén del emperador pero consiguió gobernar China con inteligencia finísima y brazo firme
Cixí, una concubina que reinó entre eunucos
Era una más el harén del emperador pero consiguió gobernar China con inteligencia finísima y brazo firme
China, pocos países tienen un nombre tan corto y un pasado
tan complejo. Una historia tan larga, recta y tortuosa, inabarcable,
como su Muralla. Cixí, pocas mujeres han tenido un nombre tan corto y un
poder tan omnímodo. Aunque lo enunciado suene entre cursi y de
perogrullo, tomen estas cinco líneas como si se tratara de uno de esos
proverbios que aparecen escritos en los envoltorios de las galletitas
del restaurante chino de la esquina, en cuya aparente simpleza se
esconde una sabiduría que se come con palillos. Un ejercicio de
equilibrios sutiles. Como este otro que apunta que no conviene observar
el mundo al igual que si uno fuera una rana dentro de un pozo. Cixí y
China; China y Cixí, tanto monta, monta tanto. Aquí, tienen no un
proverbio sino un refrán castellano de pura cepa, de la estirpe de
Isabel la Católica. Otra mujer con letras de oro en el dobladillo de su
túnica de oropeles. Cixí y China, que casi parecen la misma palabra,
vivieron en paralelo la segunda mitad del siglo XIX y casi toda la
primera década del siglo XX, hasta el año 1908, en que ella muere. Acaba
su relato -el de una China que alumbra modernidades bajo sus cuatro
letras (Cixí)- y empieza el de Puyi -de cuatro letras también aunque de
distinto valor y significado-, que Bertolucci llevó al cine en «El último Emperador».
El décimo día del mes lunar
Cixí viene al mundo de los vivos, al del poder, en el año
1852, cuando con dieciséis años el emperador de turno, Xianfeng, de la
dinastía Quing, la elige como una concubina más entre una corte de
concubinas cuyo número variaba a gusto del consumidor. Hasta la fecha no
es que hubiera pertenecido al mundo de los muertos, pero la diferencia
entre morar en el recinto de la Ciudad Prohibida o en los «hu-tong» de
los alrededores, donde ella nace el décimo día del décimo mes lunar,
resulta abismal, a años luz. Como si la rana del citado proverbio
hubiera salido del pozo para ver el cielo en toda su plenitud, no un
mísero pedazo. Cixí es una rana, como la de los cuentos de tradición
occidental, que al besarla no se convierte en príncipe sino en
emperatriz de la China milenaria, kilométrica y riquísima en potenciales
infinitos que quieren ser asaltados una y otra vez desde unas fronteras
cerradas a cal y canto. Cixí pasó de vivir entre callejas y estrechos
callejones con humildes barracas -esas que el Pekín del siglo XXI se ha
llevado por delante para construir rascacielos de talla mayúscula y un
vacío existencial más mayúsculo si cabe- a poblar el Palacio Imperial
más grande del mundo, 720.000 metros cuadrados, rodeado por un muro de
diez metros de alto y nueve de ancho, y gobernar sobre unos inmensos
territorios donde el atraso era tan milenario como los proverbios de
Confucio. Un imperio agrícola enfrente de otro imperio que había
encendido las máquinas de la Revolución Industrial y otras revoluciones
culturales y sociales: Occidente.
Bondadosa y alegre
Para que ustedes se hagan una idea, si Gran Bretaña tuvo
por aquellos años a la Reina Victoria, China tuvo a Cixí. Pero hasta
llegar a este punto histórico de paralelismos, Cixí tuvo que mover y
remover muchos cimientos en la Ciudad Prohibida y en la China también
prohibida a las mujeres. Y ambos destinos se juntaron el 6 junio de 1866
cuando la Monarca británica que tenía un imperio a sus pies y en sus
manos anota en su diario: «Recibí a los enviados chinos, que están aquí
sin credenciales. Su jefe es un mandarín de primera clase. Se parecían a
las figuras de madera y pintadas que se ven». Y el citado mandarín (el
emisario o embajador de Cixí, Binchun) zanjó su sorpresa con estas
palabras: «Los edificios y aparatos están construidos y hechos con mucho
ingenio y son mejores que los de China. En cuanto a la forma de
gobernar, aquí existen muchas ventajas. Fui a la gran cámara del
Parlamento, allí, 600 personas elegidas en todos los rincones del país
se reúnen para debatir los asuntos públicos». China quería copiar lo
bueno de Europa y Europa consiguió facturar pingües beneficios en China
una vez zanjadas las guerras del opio y otras contiendas arancelarias.
Se hizo la paz y no la guerra.
Cixí, cuatro letras que se traducen por bondadosa y alegre,
no tiene en su haber muchas muertes ni envenamientos como otras reinas
madre que ha habido en la Historia. Reseñemos uno mayúsculo, el de su
hijo adoptivo, Guangxu. Como concubina fue la única que le dio un
heredero al emperador Xianfeng, Tongzhi. Como consorte, junto a la
Emperatriz Zhen, su cómplice, gobierna con brazo firme e inteligencia
finísima sin poder mirar a los ojos de los hombres, de los mientros del
Consejo Asesor, detrás de un biombo y rodeada de altos y apuestos
eunucos, a los que haría sus amantes. Si el emperador tuvo concubinas,
Cixí, eunucos. Absurdas y machistas constumbres que ella se pasa por el
forro del quimono siempre que se interpusieron en sus honorables
ambiciones de sacar a China de ese pozo desde el que solo se ve un trozo
de cielo.
Fuente: http://www.abc.es/estilo/gente/20140331/abci-cixi-concubina-emperador-201403282002.html
Fuente: http://www.abc.es/estilo/gente/20140331/abci-cixi-concubina-emperador-201403282002.html
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