PILAR MANZANARES/MADRID
ABC 05/01/2012
ABC
Las hubo tan crueles como Jiang Qing, la cuarta esposa de Mao capaz de mandar deportar o torturar a otras mujeres por vestir ropas más elegantes que ella. O tan enamoradas como Clara Petacci, que prefirió morir antes que sobrevivir a su amante, Benito Mussolini. La periodista e historiadora francesa Diane Ducret habla de muchas de ellas y de sus relaciones más íntimas en «Las mujeres de los dictadores» (Aguilar).
- De las historias que cuenta en su libro, ¿cuál es su favorita?
- Hay tantas Cada una de estas mujeres es, a su manera, una especie de heroína romántica como las de las novelas del XIX. Pero seguramente fue Magda Goebbels la que tuvo un destino más terrible. Fue una mujer que creció con la cruz judaica y acabó su vida con la de Hitler. Ninguna otra hizo los sacrificios que ella llevó a cabo por amor. Envenenar a sus seis hijos, porque su apellido sería para ellos una maldición y no quería que pagasen por los crímenes de los que eran culpables ella y su marido ya marca la más grande tragedia del siglo XX, al menos para mí. Pero también destacaría las historias de Clara Petacci y de Inessa Armand.
- ¿Por qué?
- La primera porque creo que fue la más tonta, entre comillas. Clara Petacci estaba tan locamente enamorada de Mussolini que no era capaz ni de respirar sin él. De hecho, al final de su vida, cuando todo se acababa y le ofrecieron la posibilidad de escapar (en 1945) ella dijo: «Adonde va el maestro va el perro». Eso es terrible. La segunda, que fue la mujer no oficial de Lenin, me atrajo por ser la más feminista de todas. Estaba enamorada del hombre, de la ideología y de la libertad sexual. Fue una mujer muy adelantada a su época que lucho por los derechos de la mujer y que acabó siendo parte del triángulo amoroso junto a Nadia Krúpskaia, la verdadera esposa.
- Al investigar sobre ellas, ¿qué es lo que más le ha sorprendido?
- Sobre todo descubrir que hombres como Hitler, Mao o Stalin fueron casi sex-symbol. Adolf Hitler recibió más cartas de fans que Mick Jagger y The Beatles juntos. Y Mussolini, más de 30.000 al mes. Su seducción era total.
- Es difícil verles como unos seductores.
- Es verdad que cuando ves, por ejemplo, a Hitler piensas cómo este hombre pequeño, con ese bigotito y tan nervioso puede tener ese poder de seducción. Pues lo cierto es que trabajaron mucho sus imágenes. Hitler sabía qué poses le favorecían más cuando se ponía ante la cámara de Heinrich Hoffmann, su fotógrafo personal. Hay que tener en cuenta que él aprende a vestirse con mujeres -como Helen Bechstein, la rica esposa del heredero de los pianos Bechstein-.
- ¿Logró quitarle a Hitler los pantalones cortos de piel?
- Sí, él hasta entonces siempre había parecido un campesino austriaco que siempre y en todas partes llevaba los mismos pantalones cortos de cuero. Ella empezó por renovarle su vestuario y luego le inició en los buenos modales. Así aprendió la galantería de besar la mano a las mujeres y también aprendió a conocerlas. Él accedió porque desde el primer momento comprendió que si ellas tenían derecho a votar tenía que ponerlas de su lado.
- Con todo, es más fácil pensar que les atraía la erótica del poder.
- Sí, pero no se puede explicar todo el fenómeno así, sino ellas podrían haber elegido presidentes de república, reyes Hay una relación más destructiva, parecida al síndrome de Estocolmo donde la víctima acaba queriendo a quien le está haciendo daño. Hay una atracción tanto por Eros como por Tanatos que tiene que ver más con el peligro que con el poder.
- Eso que dice se ve muy claramente en el caso del matrimonio Bokassa, ¿no le parece?
- Sí, por supuesto. En el caso de Catherine ella es más que una esposa una prisionera en una caja de oro. Se llegó a acostumbrar a la poligamia de su celoso marido, pero quería seguir siendo la elegida mientras las demás deseaban compararse a ella en Bangui. Pero solo en París era la reina de su pequeño mundo porque él no estaba con ella. Esos son los únicos momentos en los que sus amigas la vieron feliz, hablando libremente y bebiendo cerveza. Luego la puerta de su caja de oro la abriría el presidente Giscard D'Estaing.
- No todas son así. Las hay tan fuertes y controladoras como Elena Ceaucescu, ¿influía mucho ella en su marido?
- Este es un caso muy raro de pareja en el poder que sólo se ve de nuevo con el matrimonio Milosevic, que estará en mi siguiente libro. Es imposible imaginar al uno sin el otro. En el caso de los Ceaucescu no se puede decir que Elena influyera en su marido desde el punto de vista ideológico, ya que ella apenas tenía una educación, pero sí lo hace en su cotidianidad. Ella fue la reina del mundo interior de Nicolae y la que dirigía sus relaciones con el mundo exterior, de modo que todo pasaba por ella.
- Es curioso que comienza el capítulo dedicado a ellos con la última jeringa de insulina que Elena llevaba para su marido, ¿mucho amor o dependencia?
- Esa es una buena reflexión, ya que muchas veces se confunden ambos. Son diferentes, claro, pero a veces es difícil separarlos. En este caso creo que ellos se querían, pero lo hacían desesperadamente. Lo eran todo el uno para el otro, de modo que vivían un amor vital, sin el que uno moriría. Por eso he querido comenzar el capitulo con esta imagen, porque es un símbolo de la relación entre ambos.
- Por cierto, ¿alguna de estas mujeres fue capaz de someter al dictador?
- Me gustaría poder decir que sí, pero no sería verdad. Es cierto que, por ejemplo, a Hitler Eva Braun a veces le hizo callar. Era algo que además a él le gustaba mucho. O que a Milosevic le toca pasar el aspirador, y en silencio cuando ella lo pide en ciertas ocasiones. Pero no se puede decir que haya ninguna que haya sometido al dictador, sólo que a veces a ellos les gusta ser victimizados.
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