dimecres, 11 de juliol del 2012

Nueva edición del clásico de Gibbon «Decadencia y caída del Imperio Romano»

A cargo de Atalanta, la nueva edición de «Decadencia y caída del Imperio Romano», de Edward Gibbon, supone todo un acontecimiento. Un libro de Historia cargado de fuerza literaria

Día 29/05/2012

Hay historiadores que además de hacer Historia pareciera que han sido testigos de lo que cuentan. Quizás por ello se ha afirmado que no puede haber historiador sin imaginación. Tampoco filósofo, algo que algunos olvidan.Edward Gibbon (1737-1794) fue uno de esos historiadores que suscitan en el lector la sensación de asistir a los hechos, y sin duda fue el primero de los grandes historiadores ingleses. No fue como su maestro Hume, un hombre de ideas abstractas –aunque el filósofo y autor de Historia de Inglaterra (1778) supo también ser concreto y ameno–, pero sí un reflexivo. Decadencia y caída del Imperio Romano apareció entre 1776 y 1788 en seis volúmenes. En España se publicó, traducida por José Mor Fuentes, en 1842.

Para ser una obra que tuvo una importancia inmediata y continuada en la lengua inglesa y una repercusión notable en Europa, la traducción al español fue tardía. Salvo una edición abreviada que condensa sobre todo la primera mitad de la obra original, hasta ahora no se había vuelto a traducir. Así que esta edición de Atalanta, en dos gruesos volúmenes, a cargo de José Sánchez de León Menduiña, es un verdadero acontecimiento literario, sobre todo porque la traducción de Mor Fuentes, apegado a la lengua y la literatura de la época, es desde hace tiempo algo ilegible.
Hay algunas razones (no justificaciones) que explican el poco eco que una obra de esta importancia ha tenido entre nosotros, y quizás la mayor es que su autor, tras su joven y fugaz conversión al catolicismo, profesó un deísmo escépticoy, además, criticó duramente a la Iglesia Católica y su papel en el desenvolvimiento del Imperio Romano. La lectura que Menéndez Pelayo hizo fue un juicio, más que un razonamiento.
 
Sin embargo, la obra de Gibbon fue recibida por los escritores y pensadores franceses, tanto de su siglo como del XIX, con enorme fascinación y provecho. Y en los comienzos del XX fueron muchos los que la leyeron y admiraron; por ejemplo, Lytton Strachey o Gerald Brenan, que la releyó completa más de tres veces, aunque le puso algunas pegas a su estilo. En Hispanoamérica, Borges tiene algunas líneas memorables y Octavio Paz la leyó con entusiasmo, atento al periodo quizás más débil a juicio de los historiadores modernos, la caída de Bizancio.

Más terror que deseo

Los interesados en la figura de Gibbon pueden leer sus Memorias de mi vida (Alba), escritas al finalizar su gran proyecto. Gibbon fue el único superviviente de seis hermanos. Murió sin descendencia y probablemente sin haber tenido ninguna relación.Philip Guedalla afirmó que Gibbon vivió su vida sexual en las notas a pie de página. Huérfano de madre desde los diez años, no encontró en su padre el suficiente afecto ni comprensión. «Filósofo sobrio, discreto y epicúreo», como lo define Sánchez de León, pasó muchos años en Lausana, donde aprendió tan bien el francés que escribió en esta lengua su primera obra, Ensayo sobre el estudio de la literatura, y casi escribe el resto (algunos hablan de la influencia de la lengua francesa en el inglés de Gibbon).
En Lausana, se enamoró de Suzanne Curchod, la que sería la esposa del financiero Necker y madre de la escritora madame Staël. El padre de Gibbon se opuso al matrimonio y él acató como si oyera sus propios instintos; al fin y al cabo, confesó que «una alianza matrimonial siempre ha sido para mí más bien objeto de terror que de deseo». No fue un inglés excéntrico ni un defensor a ultranza de las peculiaridades inglesas, tampoco un patriota, sino que aspiró a ser un ciudadano del mundo.
 
Perteneció al club literario fundado por Samuel Johnson, al que asistían entre otros Edmund Burke, Richard Sheridan, Adam Smith y Boswell, que lo detestaba. En Francia alternó con D’Alembert, Diderot, Helvétius y D’Holbach, y frecuentó los salones de las señoras Geoffrin y Du Deffand. No fue un hombre sagaz en la comprensión de la política de su tiempo, pero vio con agudeza la del pasado, en el que penetró con una ironía sugerente que aún sigue siendo fructífera.

Barbarie y cristianismo

A Gibbon, escéptico, lo desveló la irracionalidad de la Historia humana, indagó en la fuerza de los prejuicios y buscó «detectar a quienes detestan en un bárbaro lo que admiran en un griego, y denominarían impía la misma Historia si la escribió un infiel y sagrada si la redactó un judío». Gibbon era realmente civilizado. Su magna obra abarca desde los días de los primeros emperadores hasta la extinción del Imperio de Occidente, pero también se ocupó del Imperio de Oriente, la llegada del mahometismo, las cruzadas y mil hechos más fronterizos con la romanización, es decir: un periodo que va del siglo I antes de Cristo al año 1500.
¿Cuáles fueron las causas de la caída del Imperio Romano? Según Gibbon, la conjunción entre barbarie y cristianismo, incidiendo en que la Iglesia se había opuesto al progreso y pervertido la virtud pública. Aunque su visión de los primeros tiempos del Imperio parece obsoleta, los historiadores del mundo romano siguen valorando, además de la obra como conjunto (novela y mito), su descripción de la transición del principado a la monarquía absoluta, además del sistema de Diocleciano y Constantino.
Sánchez de León señala que «falló al resaltar el hecho trascendental de que hasta el siglo XII el Imperio fue el baluarte de Europa contra Oriente y no apreció su importancia en conservar la herencia de la civilización griega». No vio el sincretismo del legado helénico en la doctrina cristiana y fue parcial en su descripción de las causas de la expansión del cristianismo.
 
Todo historiador está condenado a cometer lagunas, errores, pero algunos, como Gibbon, son rescatados incluso en sus carencias, debido a su fuerza literaria. «En el siglo II de la era cristiana, el Imperio de Roma abarca la parte más bella de la tierra y la más civilizada del género humano»: así comienza Gibbon su Historia y ustedes ahora pueden continuarla.

«Decadencia y caída del Imperio Romano» (volumen I)

Edward gibbon
Traducción y prólogo de José Sánchez de León Menduiña. Atalanta. Vilaür (Gerona), 2012. 1.471 páginas, 57 euros.

Así «fabricó» Hitler su mito durante la Primera Guerra Mundial

¿Fue Hitler un soldado valiente durante la Primera Guerra Mundial? En «La primera guerra de Hitler» (Taurus), Thomas Weber desmonta todos los tópicos en torno al «Führer»

Día 04/05/2012 - 11.51h

Se ha dicho que el fascismo nace directamente de la Primera Guerra Mundial. El propio Hitler aseguró que esos años fueron cruciales en el aquilatamiento de su ideología antisemita y pangermanista. A tal fin, reconfiguró sus experiencias de guerra con fines políticos y comerciales, y sus adeptos elaboraron una frondosa mitología basada en su heroísmo y sus cualidades innatas de liderazgo.

Thomas Weber revisa todos estos tópicos. Ante la carencia de documentación de época sobre Hitler, utiliza de forma casi exhaustiva los informes militares del Archivo de Guerra de Múnich y los testimonios de sus antiguos compañeros de armas para reconstruir las experiencias bélicas del 16º Regimiento Bávaro de Infantería de Reserva (16 RIR), llamado Regimiento List en honor de su primer comandante, caído en 1915.
El objetivo es ver si Hitler encaja en el particular microcosmo de esta unidad militar, y evaluar si la guerra radicalizó a los soldados o si fueron las experiencias revolucionarias de la posguerra las que determinaron su trayectoria ideológica. ¿Fue Hitler el fruto directo del contexto bélico o un caso excepcional de sugestión política? La obra no ofrece una respuesta concluyente: aunque niega el impacto de la guerra en la modelación de actitudes de radicalidad política, destaca el impacto que tuvieron acontecimientos fortuitos como la deriva radical de la revolución bávara de 1918-19, hasta el extremo de afirmarse que, si se hubiera mantenido el conservadurismo reformista de la monarquía bávara y no hubiera habido revolución, Hitler hubiera seguido pintando postales anodinas para ganarse la vida.
 
La obra es sobre todo el estudio del 16 RIR: un regimiento no especialmente valorado por el alto mando, que estuvo presente en importantes batallas (en la primera de Yprès en 1914, en Neue Chapelle en 1915 o en el Somme en el otoño de 1916), experimentó cotas crecientes de deserción e insubordinación, y sufrió bajas (uno de cada cuatro soldados) mayores que la media del ejército alemán (uno de cada seis).

Tierra quemada

Es cierto que hubo confraternización entre enemigos antes que ensañamiento: aunque las iniciales medidas extremas contra los franctireurs franceses y belgas respondieron a las prioridades alemanas de una guerra necesitada de una victoria rápida para evitar el desgaste en dos frentes, solo con la asunción del mando supremo por Hindenburg y Ludendorff se acentuó la brutalización de la guerra mediante la táctica de tierra quemada.

El 16 RIR se libró de la batalla de Verdún y se mantuvo en posición casi marginal durante la del Somme. Esta acabó por derrumbar la moral del regimiento, que tras sufrir más del 50 por ciento de bajas resistió solo tres semanas en vez de la media ponderada de dos meses.
Los informes y testimonios describen a un Hitler obsequioso con sus superiores y despreciado por sus camaradas de trinchera, que al estar «enchufado» como enlace en la plana mayor del regimiento corrió menores riegos que los combatientes de la primera línea. Fue herido dos veces, condecorado (en agosto de 1918 obtuvo la Cruz de Hierro de primera clase) y permaneció en servicio 42 de los 51 meses que duró la guerra, pero solo estuvo cuatro días y a dos kilómetros del frente en la batalla del Somme, y volvió a estar lejos del frente cuando se libraron las batallas más terribles del verano y el otoño de 1918. Un ataque con gas mostaza en la noche del 13 al 14 de octubre le alejó definitivamente del conflicto. Fue tratado de «histeria de guerra» en el servicio de psiquiatría del hospital militar, circunstancia que ocultó minuciosamente a lo largo de su carrera política.
 
La segunda parte del libro describe el impacto que la experiencia bélica tuvo en el ascenso del nazismo, el imperialismo hitleriano y la segunda posguerra. La conclusión de Weber es que la guerra no radicalizó en sentido ultranacionalista a los hombres del 16 RIR, sino que fueron los acontecimientos posteriores (la proclamación de la República en Alemania, el asesinato de Eisner en febrero de 1919 y la radicalización de la Räterepublik bávara) los que condujeron al reforzamiento y legitimación de la derecha radical y al debilitamiento de los partidos socialdemócrata y liberal.

Tiempos tumultuosos

Haciéndose eco de la Historikerstreit (el debate sobre las responsabilidades del nazismo acaecido en Alemania en los 80), confirma que el antibolchevismo no estaba entre las prioridades del nacional-socialismo originario. En esos tiempos tumultuosos la ambigüedad de ideas estaba a la orden del día, como se puede constatar en la plausible imagen de un Hitler que sirvió al gobierno soviético bávaro y se mostró cercano al nacional-bolchevismo de E. Niekisch, líder del Consejo Revolucionario. Su antisemitismo vino de la mano de la revolución y de la posrevolución, pero su futuro político aún estaba abierto al ingresar en el departamento de propaganda contrarrevolucionaria del Ejército.
Tras ver cómo se disolvía la camaradería soldadesca que había actuado hasta entonces como su familia de sustitución, en septiembre de 1919 ingresó en el Partido Obrero Alemán, donde trató de recrear su hogar de campaña con base en la plana mayor del regimiento. Pero la mayoría de sus compañeros no le secundó: solo el 17 por ciento de los veteranos del 16 RIR militó en el Partido Nazi. La mistificación autobiográfica del Mein Kampf, que utilizó el mito de la ejecutoria sin tacha del Regimiento List como anticipo de la visión hitleriana de la comunidad nacional-socialista, no puede ocultar que durante la guerra no existió ni Kameradschaft ni Frontgemeinschaft, sino celos y rivalidad entre los reclutas.
 
El mito del soldado valiente fue aireado por la propaganda nazi entre 1925 y 1933, a pesar de las denuncias en contra y de la débil adhesión mostrada por sus compañeros de armas.

Las consideraciones sobre la ausencia de continuidad entre la violencia de la Primera Guerra Mundial y la brutalidad de la Segunda, justificada por el protagonismo de una generación joven sin experiencia de combate, tampoco parecen sólidas: como ya planteó G. L. Mosse, la paramilitarización de los años de entreguerras actuó como enlace entre las experiencias extremas vividas por ambas generaciones.
La Gran Guerra no fabricó nazis, pero sí veteranos cuyas memorias alumbraron la mística del futuro soldado político. Quizás, como señala Weber, el personaje Hitler no fue producto directo de la guerra, pero la guerra generó el mundo del que surgió el mito de Hitler.

«La primera guerra de Hitler»

thomas weber
Traducción de Belén Urrutia. Taurus. Madrid, 2012. 508 páginas, 26 euros. Libro electrónico: 12,99 euros

El siglo XX según el historiador Tony Judt

La Historia, la biografía y la ética se dan la mano en «Pensar el siglo XX» (Taurus). Un recorrido por la vida de Tony Judt que es también su testamento intelectual

31/05/2012 

Este volumen es el fruto de unas conversaciones íntimas entre el historiador Tony Judt y su colega Timothy Snyder, que tuvieron lugar en 2009, cuando aquel, aquejado de una enfermedad neurológica degenerativa, ya no estaba en condiciones físicas para escribir y se enfrentaba al final de su vida. Gracias a esta iniciativa, que partió de Snyder, Judt, el gran historiador del siglo XX y uno de los más destacados intelectuales contemporáneos, nos deja un libro póstumo que no solo puede considerarse un magnífico epílogo a su obra, sino que, por su lucidez y originalidad, está destinado a convertirse en referente del pensamiento sobre la pasada centuria.

Pensar el siglo XX ha sido descrito por sus autores como un texto de Historia, una biografía y un tratado de ética. Una arriesgada combinación que puede provocar la decepción del lector, pero tratándose de Judt ocurre todo lo contrario: primero, porque una de las razones por las que sus libros ocupan un lugar tan singular se debe a que, sin renunciar a la objetividad, siempre aportan opiniones personales sobre los acontecimientos narrados; en segundo lugar, porque siempre prestó mucha atención al pensamiento político; y por último, porque la cosmopolita vida de Judt está vinculada a muchos de los grandes acontecimientos del siglo XX.

Los capítulos más traumáticos

Nació Judt en Londres en 1948, hijo de emigrantes judíos de clase media baja. Los recuerdos que le transmitieron sus padres y abuelos constituyen un repaso a los capítulos más traumáticos del siglo XX: los avatares políticos de la Europa del Este, el antisemitismo y el Holocausto.

Judt, que creció en la Inglaterra de la posguerra, disfrutó de los beneficios del Estado del Bienestar, pues logró formarse en Cambridge, aunque su familia carecía de medios económicos. Pese a su identidad británica, siempre se consideró un outsider que no encajaba en el país en que nació.
Sus comienzos en el mundo académico iban a estar muy vinculados a la herencia familiar. Influido por la ideología socialista de su familia, dedicó sus primeros estudios a la Historia del socialismo. El judaísmo de sus padres le empujó a irse una temporada a Israel; sin embargo, pronto iba a desarrollar un espíritu crítico tanto hacia el socialismo como hacia el sionismo. Fueron también sus raíces familiares en la Europa continental las que le llevaron a estudiar en París, donde le marcó el ambiente intelectual.
Estados Unidos fue el otro escenario en el que discurrirían la vida y la carrera de Judt. Como tantos intelectuales y científicos europeos, en EE.UU. –concretamente en Nueva York– encontró la estabilidad que le permitiría escribir Postguerra y otras obras con las que consolidó su reputación. Pese a adoptar la nacionalidad norteamericana, se consideró también en su país de adopción un outsider, y esa posición le permitió convertirse en un observador crítico controvertido, pero también muy influyente.

En busca de la verdad

Con esta biografía tan rica en experiencia internacional y vivencias personales como trasfondo, Judt narra el siglo XX, los acontecimientos políticos y las ideas que perfilan su destino. Respondiendo a las oportunas preguntas de Snyder, el libro aporta una visión amena y original del siglo pasado.
Como intelectual de izquierdas crítico hacia los movimientos que le ilusionaron en su juventud, Judt aporta una versión franca y reveladora del fracaso de las grandes utopías. No se puede apreciar el siglo XX si no se han compartido sus ilusiones, dice.
Este historiador, que en los últimos años de su vida planeaba escribir una Historia intelectual del siglo XX, aporta claves sobre el papel de los pensadores y explica la paradoja de que varios fomentaran los totalitarios. Define su concepto del papel que le corresponde al intelectual, que se aleja mucho del mesianismo o de aportar contenidos morales. En su lugar, considera que su labor es buscar la verdad, como intentó hacer él durante la guerra de Irak. También hace útiles reflexiones sobre cómo se debe enseñar la Historia, advierte del peligro de narrativas sesgadas cargadas de perspectivas éticas y morales, y aboga por una Historia coherente basada en datos que establezcan claramente lo ocurrido en el pasado.

El papel del Estado

Desde la perspectiva del comienzo del siglo XXI, Judt explica que el principal conflicto del siglo pasado no fue la lucha entre la libertad y el totalitarismo, sino sobre el papel del Estado. Muestra nostalgia hacia la época dorada del Estado del Bienestar y del keynesianismo, en la que él creció y se formó, y se preocupa del porvenir de la socialdemocracia, con la que se identifica, en tiempos en que su proyecto político se ve amenazado por las fuerzas globales y los mercados.

Judt insiste en que el siglo XX merece ser recordado no solo por la guerra y el Holocausto, sino por los logros humanos más importantes de la Historia. Se esté o no de acuerdo con la interpretación que aporta sobre el siglo XX, este libro tiene la virtud de recordarnos la esencia de una época que ha de servirnos de guía para el siglo XXI.

«Pensar el siglo XX»