Carles Balagué recrea el atentado anarquista de 1893 que causó 20 muertos
En un pasillo del Liceu de finales del XIX se había instalado un bolsín cuyos vendedores voceaban las cotizaciones, mientras tenores y sopranos se esforzaban sobre el escenario en hacer audible la ópera de turno. Así era el Liceu de hace un siglo. El teatro creado para articular una nueva clase social enriquecida, rematar negocios, establecer alianzas, consolidar amistades, entrar en sociedad o lucir amoríos (había unos días señalados –y ojo con equivocarse– para ir con la amante y otros con la mujer oficial). La estructura de las óperas –nacidas como teatro de corte–, con sus arias y largos recitativos, se adaptaba a estas necesidades. "¡Que canta el divo!", alertaban y una multitud abandonaba la cháchara y se apresuraba a ocupar sus asientos para atender el aria o el dueto. El estrépito era tremendo y una vez acabado el papel del divo o la diva, la gente regresaba a sus tertulias. Este es el ambiente que recrean los expertos entrevistados por Carles Balagué para su documental La bomba del Liceu, que se estrena el viernes. Contra este templo burgués el anarquista Santiago Salvador arrojó dos bombas orsini (una no estalló) desde el quinto piso a las butacas 27 y 28 de la fila 13, y causó 20 muertos. Fue el 7 de noviembre de 1893 y unos meses antes Paulino Pallàs había atentado en la Gran Via contra el capitán general de Catalunya Martínez Campos y pocos años después, en 1896, otra bomba causó 12 muertos (gente humilde) durante la procesión del Corpus. Las tres bestias negras del anarquismo, burguesía, ejército y clero.
Al día siguiente del atentado, Salvador contemplaba el séquito fúnebre desde lo alto del monumento a Colón y se deleitaba imaginando que coronaba su faena arrojando más bombas sobre el cortejo. "Era un estajanovista", comenta con sorna Mendoza.
Balagué, autor de La Casita Blanca, recoge testimonios de escritores que han recreado aquella época, como González Ledesma, Antoni Dalmau o Eduardo Mendoza, liceístas como Roger Alier y cronistas como Lluís Permanyer. Alguno hay que señala la barbaridad de que la Setmana Tràgica fue peor que la Guerra Civil. No es un documental narrativo, sino entrevistas encadenadas. No hay investigación ni contraste entre el modo de vida burgués y el anarquista, ni indagación sobre los protagonistas. Hay un rico anecdotario y un único elemento de engarce con el presente, Santiago Salvador fue ejecutado en lo que hoy es la plaza Folch i Torres, junto a la vieja prisión Reina Amalia. En la plaza, con la misma perspectiva que la utilizada por Casas para pintar Garrote vil, se alza hoy un instituto con alumnos de varias culturas. Balagué mete la cámara en el aula, a lo Laurent Cantet (La clase), para que los alumnos –dos chicas con el velo islámico– debatan sobre la pena de muerte y el uso de la violencia como ajuste de cuentas.
Como contraste al atentado del Liceu, Balagué incluye una bomba en el popular restaurante Can Lluís. Entre otras anécdotas, en el filme figura una semblanza del verdugo Nicomedes Méndez, que cobraba veinte duros por ejecución. Estas eran públicas y los mejores sitios eran tan solicitados como ahora en los espectáculos más afamados.
Permanyer también advierte que la bomba que exhibe el Museu d'Història es una copia: la auténtica se la quedó el juez que condenó a Salvador y ahora debe estar en manos de un heredero cuyo paradero se desconoce.
Balagué, autor de La Casita Blanca, recoge testimonios de escritores que han recreado aquella época, como González Ledesma, Antoni Dalmau o Eduardo Mendoza, liceístas como Roger Alier y cronistas como Lluís Permanyer. Alguno hay que señala la barbaridad de que la Setmana Tràgica fue peor que la Guerra Civil. No es un documental narrativo, sino entrevistas encadenadas. No hay investigación ni contraste entre el modo de vida burgués y el anarquista, ni indagación sobre los protagonistas. Hay un rico anecdotario y un único elemento de engarce con el presente, Santiago Salvador fue ejecutado en lo que hoy es la plaza Folch i Torres, junto a la vieja prisión Reina Amalia. En la plaza, con la misma perspectiva que la utilizada por Casas para pintar Garrote vil, se alza hoy un instituto con alumnos de varias culturas. Balagué mete la cámara en el aula, a lo Laurent Cantet (La clase), para que los alumnos –dos chicas con el velo islámico– debatan sobre la pena de muerte y el uso de la violencia como ajuste de cuentas.
Como contraste al atentado del Liceu, Balagué incluye una bomba en el popular restaurante Can Lluís. Entre otras anécdotas, en el filme figura una semblanza del verdugo Nicomedes Méndez, que cobraba veinte duros por ejecución. Estas eran públicas y los mejores sitios eran tan solicitados como ahora en los espectáculos más afamados.
Permanyer también advierte que la bomba que exhibe el Museu d'Història es una copia: la auténtica se la quedó el juez que condenó a Salvador y ahora debe estar en manos de un heredero cuyo paradero se desconoce.
ANÁLISIS
Terror en el Liceu
Dos ciudades frente a frente
Lluís Permanyer - 10/03/2010
Barcelona vivía, cuando Santiago Salvador lanzó con odio las dos orsinis sobre la platea del Liceu, un periodo muy brillante de su historia; lo suelo calificar de nuestro Renacimiento, pese a los siglos de retraso. Es el momento en que se consolida de forma definitiva la colonización del Eixample, el novísimo y extenso barrio que ya se construye bajo el signo de un Modernisme fastuoso y deslumbrador. Constituye el segundo de los tres hitos más brillantes de la historia del urbanismo barcelonés. La burguesía disponía sobre todo de dos escenarios muy urbanos en los que le place exhibirse y relacionarse: el paseo de Gràcia de día y el Liceu al caer la noche. Se trata de dos ambientes intensos y que importa no dejar de frecuentar, con el fin de dejarse ver y también mirar. La industrialización y el comercio facilitan la obtención de fortunas enormes, que se amasan con facilidad y rapidez merced al pago de unos impuestos menguados y unos salarios ridículos. ...
Carles Balagué revisita en un documental que se estrena el viernes el más sangriento de los atentados anarquistas en la Barcelona de finales del siglo XIX
LOURDES MORGADES - EL PAÍS - 10/03/2010
"Casi toda la sala era un amasijo de butacas retorcidas, de madera, de cristal, de terciopelo desventrado. Y encima de los huecos, montones de carne, cuerpos tendidos, sin que fuera posible adivinar el rostro; sedas impregnadas de sangre, de la que se percibía hasta el olor. Y la muchedumbre apretujada en las puertas, sin logar avanzar, odiándose unos a otros, apiñados y despavoridos". El relato literario que Ignasi Agustí hizo en Mariona Rebull (1944) de la bomba que en 1893 lanzó Santiago Salvador en el Teatro del Liceo ha contribuido a mitificar el más sangriento de los atentados anarquistas en la Barcelona de finales del siglo XIX. Un mito que más de 100 años después no ha perdido vigor y que ahora revisita el cineasta Carles Balagué en su documental La bomba del Liceo, un recorrido por la historia de un teatro, de la sociedad burguesa que lo ha simbolizado y de aquella Barcelona que fue la ciudad de las bombas.
El documental, que el próximo viernes se estrena en Barcelona y Madrid, es un proyecto largamente acariciado por Balagué, quien a principios de 2000 desechó rodarlo al no hallar el final adecuado para la historia. La clave se la dieron un centenar de jóvenes que a finales de noviembre de 2005 irrumpieron en la platea del Liceo antes del inicio de una representación operística para protestar contra la especulación inmobiliaria en Ciutat Vella.
Para el realizador, este hecho, con el que establece un paralelismo en el documental, es la evidencia de la existencia de "aspectos cíclicos que se repiten a lo largo del tiempo", aunque la lúdica y pacífica actitud de los jóvenes okupas de 2005 distara mucho del sangriento propósito del anarquista Santiago Salvador, cuyo atentado se cobró 20 vidas, entre ellas las de cuatros estranjeros que aquel 7 de noviembre de 1893 acudieron a la representación de Guillermo Tell, de Rossini, con la que el Liceo inauguró tan aciaga temporada.
Para explicar el atentado, Balagué se sirve de los testimonios de un grupo de novelistas, ensayistas y periodistas, entre los que se encuentran Eduardo Mendoza, Francisco González Ledesma, Josep Martí Gómez, Lluís Permanyer y Joan de Déu Domènech, así como del crítico e historiador de la ópera Roger Alier y del apuntador del Liceo e historiador del teatro Jaume Tribó, quienes reconstruyen el atentado y rememoran la fiebre anarquista que llenó Barcelona de bombas durante la última década del siglo XIX y convirtió en espectáculos las ejecuciones públicas mientras el movimiento proletario crecía a espaldas del Liceo, catedral de la burguesía hasta hace pocas décadas.
Las ejecuciones a garrote vil que en el siglo XIX se realizaban en la actual plaza de Folch i Torres de Barcelona, en el Raval, sirven al cineasta para adentrarse en lo que los adolescentes del Instituto Milà i Fontanals, que se levanta frente a la plaza, piensan sobre la pena de muerte. Un inquietante retrato de las nuevas generaciones que se aleja de la historia de la bomba del Liceo, cuyo mito alcanza incluso al segundo de los proyectiles que Santiago Salvador lanzó desde el quinto piso del Liceo y que no llegó a estallar. Según Lluís Permanyer, la bomba Orsini que se conserva en el Museo de Historia de Barcelona, no es la que no estalló en el Liceo. La auténtica, afirma, está en manos de los descendientes de la familia del magistrado que juzgó al anarquista.
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