diumenge, 17 de novembre del 2013

La crítica de Santayana a las democracias liberales


La crítica de un ‘outsider’, de Juan-José López Burniol en La Vanguardia, 16 de noviembre de 2013 

Hace una semana les hablé de un libro sobre la deriva de la élite financiero-empresarial que se reúne anualmente en Davos. Por tal motivo, me vino a la memoria una de las primeras críticas formuladas a una determinada forma de contemplar la vida y de entender el mundo, que ha contribuido a llevarlo a su situación actual. Se debe a George Santayana.

En defensa de la libertad individual, Santayana criticó desde su atalaya norteamericana –¡a comienzos del siglo XX!– la deriva del sistema implantado por la democracia liberal, que –según él– no tiene por última meta la libertad del hombre sino el progreso, es decir, la expansión o, lo que es lo mismo, el crecimiento económico. Por ello aspira a reemplazar al individuo por una masa “estandarizada” en nombre de la eficacia. En consecuencia –insiste–, el liberalismo, que una vez profesó la defensa de la libertad, es ahora un movimiento para controlar la propiedad, el comercio, el trabajo, las diversiones, la educación y la religión; sólo el vínculo matrimonial es relajado por los liberales modernos. “Es una desdicha –dice Peter Alden en The last puritan, la única novela de Santayana– haber nacido en un tiempo en que (…) la marea de la actividad material y del conocimiento material estaba elevándose tanto como para anegar toda independencia moral”. Lo que significa que la vida queda reducida a una carrera en pos de la riqueza, en la que participa una masa manejada por la prensa y sugestionada por propagandistas y anunciantes. El pueblo –escribe en Dominations and powers– ha sido liberado políticamente al serle concedido el voto, y esclavizado económicamente al ser agrupado en rebaños bajo el poder de patronos anónimos y jefes laborales autoritarios, sin más credo que la producción mecanizada y la consumición en masa, mientras los gobiernos han sido castrados por la impotencia intelectual o convertidos en tiranías de partidos.

Santayana –a fin de cuentas un moralista– critica el voluntarismo americano según el cual el valor de una idea reside en sus consecuencias reales para la existencia, lo que llevaría a identificar el progreso material con una historia natural que iría desde la ameba hasta la industria pesada, pasando por la desaparición de los dinosaurios y la Declaración de Independencia americana. Por el contrario, Santayana entiende que los valores y el sentido de la historia proporcionan pautas para entender la realidad, prever el futuro y orientar la acción. Por eso rechazó siempre el individualismo moral de raíces románticas, que priva a sus practicantes de criterio ético. En suma, Santayana diagnosticó el malestar de un moralismo puritano reconvertido en filosofía de la acción, la enfermedad de una democracia cuyo destino consideraba malogrado para siempre.

Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás, nació el año 1863 en Madrid, único hijo de Agustín Ruiz de Santayana –diplomático abulense– y Josefina Borrás Carbonell –de una familia catalana originaria de Reus–, casada antes con un comerciante americano. Vivió en Madrid y Ávila hasta 1872, cuando pasó a residir con su madre en Boston, tras la separación de sus padres. Conservó siempre la nacionalidad española. Graduado en Harvard bajo la tutela de William James –hermano de Henry–, estudió dos años en Alemania y regresó a Harvard para profesar allí hasta 1912, año en que –tras heredar a su madre– renunció a su cátedra y viajó a Europa, no regresando nunca a Estados Unidos. Fue uno de los protagonistas de la conocida como edad de oro de Harvard en filosofía. Fueron alumnos suyos, entre otros, T. S. Eliot, Gertrude Stein y Walter Lippmann. Vivió en Londres, en París y, sobre todo, en Roma. Viajó a España sólo esporádicamente. Fue muy reconocido en Europa y poco en España: quizá la sombra de Ortega era alargada.

La biografía siempre incide en la actitud de una persona. Santayana era un cosmopolita, aunque no un snob. Los americanos lo percibieron. Así, Russell Kirk escribió: “Si no formó parte de la sociedad americana estuvo, no obstante, dentro de ella de un modo que Tocqueville nunca pudo conseguir”. Dentro sin formar parte: de ahí que su crítica fuese profunda. “Sólo Santayana fue capaz –escribe Richard Rorty– de reírse de nosotros sin despreciarnos, una proeza que no suele estar al alcance de los oriundos”. Más duro fue James, su tutor: “Resulta estimulante ver alzarse a un representante del moribundo mundo latino y administrarnos semejante diatriba a nosotros, los bárbaros, en la hora de nuestro triunfo”. Santayana le respondió: “Sin duda tienes razón, la latinidad está moribunda, como Grecia lo estaba cuando transmitió al resto del mundo las semillas de su propio racionalismo. Y esta es la razón por la que la necesidad de trasplantar y propagar un pensamiento correcto entre aquellos que esperan ser los futuros dueños del mundo resulta muy apremiante”. Este es la enseñanza capital de Santayana: hay que poner objeciones al poderoso en el momento cenital de su triunfo. Sea americano, teutón, chino, ruso o patagón.