dimecres, 17 de febrer del 2010

El origen de todo lo posible. El movimiento romántico


Una mirada retrospectiva y prospectiva

Más allá de los tópicos, arriesgando si cabe en la interpretación, nos aproximamos al movimiento romántico como germen de la actitud moderna

Antoni Marí  | LA VANGUARDIA  | 17/02/2010 Cultura

Cuando se instauró el Terror, con el eficaz instrumento de la guillotina levantada en la plaza de la Concordia de París, se suprimieron automáticamente los derechos humanos proclamados apenas un par de años antes. Las ilusiones democráticas, los deseos de fraternidad, la confianza en un nuevo Estado defensor del ciudadano fueron traicionados, y, en su lugar, apareció el Estado moderno, mejor represor que el del Antiguo Régimen por su perfecta capacidad de control del individuo en sus movimientos físicos, mentales e ideales. Una vez desaparecidas las supuestas garantías que la revolución había prometido, con los ideales reducidos al ideal del pequeño burgués comerciante y tramposo y cuando los valores de la libertad y de la igualdad se transformaron en ganancia y plusvalía, no quedaba otra solución que recogerse en lo más profundo y secreto de uno mismo para comprobar que, tal vez allí, pudiera permanecer algún rescoldo de lo que hizo posible la revolución, tan pronto traicionada. Robert Southey, el poeta, describía el sentimiento que había despertado en él la revolución: "Todo lo antiguo parecía desvanecerse, y no había más sueño que el de la regeneración de la raza humana"



Los jóvenes europeos y aquellos otros jóvenes alemanes que habían plantado el árbol de la revolución y habían celebrado la Declaración de los Derechos Humanos como algo necesario y natural como la vida orgánica dejaron de observar el mundo exterior como algo propio para atender la vida interior como la única capaz de transformar el mundo en el territorio de un yo inconmensurable, libre y autónomo de las contingencias de la pequeña vida burguesa. La Revolución Francesa había fracasado porque a pesar de las transformaciones sociales, políticas y administrativas, el hombre seguía siendo el mismo que antes de la revolución y había vuelto a crear lo que había destruido y vuelto a caer en manos de la corrupción, la maldad, la injusticia, la falsedad, la traición y el escarnio. Si se quería hacer la revolución, esa revolución debía empezar por uno mismo. Cada uno debía aplicarse en la realización de un ideal de humanidad que uno debía reconocer en sí mismo y en los valores de la autenticidad, la fidelidad, la franqueza, la fuerza y, sobre todo, en la capacidad de dedicar la existencia a la realización de un ideal por el que se podría renunciar a todo y sacrificarlo todo. El camino de la revolución debía ser individual y cada uno debía encontrarlo en la reflexión, en la introspección y en el conocimiento de uno mismo.

Los caminos para acceder al conocimiento podían tomar el itinerario que mejor se adecuara a la naturaleza de la búsqueda, puesto que el conocimiento se adquiría en el trayecto, en el desplazamiento del punto de partida hasta el destino que cada uno había imaginado o escogido. Unos atravesaban las fronteras hasta llegar a lugares recónditos; otros, para volver al origen de donde partieron. El conocimiento, que según los ilustrados tenía sus límites, para los románticos era casi infinito y sin límites. Todo era susceptible de ser conocido, no únicamente por la razón, sino por la síntesis de todas las facultades, como había mostrado Kant en la Crítica del juicio.Esta confianza en las facultades propias permitió, a algunos románticos, ser idealistas, es decir, creer en la capacidad de las ideas de transformar el mundo o de alejarse del que les había tocado vivir. Crearon otras vidas y otros mundos: la Grecia clásica, la Roma republicana, la América indígena, el medioevo místico, el Renacimiento platónico, el origen del mundo..., cualquier tiempo y lugar distintos de los lugares y del tiempo de donde venían. Novalis, Hölderlin, Wordsworth, Coleridge, Leopardi, Schelling expusieron estos viajes de ida y de vuelta, trascendentales, capaces de transformar a los individuos en la idea que se habían hecho de ellos mismos y que pudieron realizar por la audacia de su decisión.

La construcción del yo y la recuperación de la naturaleza como el pasado trascendental de la humanidad fueron las intuiciones primeras que originaron la búsqueda romántica: un yo vigoroso, un sujeto dotado de un poder sobre sí mismo capaz de transformar la realidad a su idea y de reconocerse como parte del universo y de la naturaleza - lugar desde donde surge la voz interior que nombra de nuevo todas las cosas- y liberarse de las ataduras que impedían la realización de sí mismos y del mundo que querían habitar. Para realizar este ideal, los románticos reconocieron la imaginación como la facultad de crear y reproducir ese mundo, de habitar en él y de darlo a conocer a los demás. Aquí reside la revuelta romántica, en la creación de un mundo ideal (pero posible) que espera el momento de hacerse real y habitable y compartirlo con aquellos que reconocen como propia la expresión de la idea. Una idea que puede tomar la forma de un programa filosófico, un manifiesto, una elegía, un himno, una sonata, una tragedia, un drama o un territorio.

Los románticos de la escuela de Jena no se consideraban todavía románticos, puesto que el romanticismo es un atributo que espera el momento de su realización y un deseo todavía inalcanzable. Para Schlegel, el término es indefinido y va acompañado de una ironía violenta y paradójica: "No puedo enviarte mi definición de lo que es el romanticismo porque ocupa 125 páginas". Frente al yo absoluto defendían la fragmentación de la conciencia y el fragmento como la forma idónea para expresar la división y la contrariedad entre la razón y el sentimiento.

La conciencia romántica del desarraigo, de no ser de donde uno es, y la nostalgia de la pérdida son atributos románticos que desde los primeros años del siglo XIX se mantienen hasta hoy como las primeras premisas de la modernidad. En el mundo tradicional no era posible pensar que la realidad de las cosas pudiera ser de otra manera a como es: cada cual tenía asignado su lugar de entre la jerarquía del orden del cosmos y cada partícula ocupaba el lugar que le correspondía. En el mundo moderno, a pesar de todas las contrariedades posibles, se puede ocupar el lugar que nos plazca mientras seamos capaces de asumir el riesgo que eso comporta.

Asumir los riesgos 

Y el romántico es el príncipe de los riesgos; los asume y reivindica todos, ya sea desde la literatura defendiendo la libertad sobre las reglas de la retórica; desde las artes plásticas rebelándose sobre el principio de imitación de la naturaleza para defender la libertad de la expresión; desde la música, atendiendo y formalizando aquellos profundos instantes de inspiración que no tienen lugar en las formas cerradas de la tradición pero que considera más auténticas y expresivas, como el impromptus, la rapsodia, la balada, el nocturno. En arquitectura, la nostalgia del pasado, donde se conservan lo verdaderos valores, les lleva a reivindicar el neoclasicismo como símbolo de la república y de la democracia griega, el neogótico como valedor y símbolo de los valores de la cristiandad antigua o los neoorientalismos como imagen del relativismo histórico y el exotismo novelesco.

Desengañados por la dirección que tomaba la Revolución Francesa y el espíritu napoleónico, los primeros románticos alemanes recuperaron el ideal de la restauración medieval y los valores de una comunidad espiritual, opuesto radicalmente al orden burgués, comercial y egoísta: Novalis, Tieck, Wackenroder, Hoffmann y Eichendorff son buenos exponentes de esta posición. Hölderlin y Heine nunca renunciaron a la perspectiva revolucionaria; Heine, antirromántico radical, se decidió por un romanticismo crítico con la tradición y con la inmediata actualidad. En Inglaterra, los poetas lakistas, Wordsworth, Coleridge y Southey, renuncian a su primer entusiasmo jacobino para recogerse en una restitución medieval que tendrá a Walter Scott como expresión novelesca de ese medievalismo. En Francia, ocurre todo lo contrario, si en un principio los románticos son defensores de la tradición y acusan a la revolución del caos y el terror, como Chateaubriand, Lamartine o Vigny, los acontecimientos posteriores dan lugar a un liberalismo democrático, representado por Hugo y Stendhal. Finalmente, un romanticismo jacobino que toma una posición crítica contra la opresión de las fuerzas del pasado - la monarquía, la aristocracia y la Iglesia-y contra la nueva opresión del Estado moderno y de la burguesía; estos románticos no están dispuestos a mediar con el poder, exigen rupturas revolucionarias y profundas transformaciones y toman como modelo la ciudad griega, la república romana y la obra política de J. J. Rousseau. Babeuf, Stendhal, Alfred de Musset, George Sand nunca renunciaron al jacobinismo.

Que el romanticismo es la modernidad lo afirmó Baudelaire a mediados del siglo XIX desde la ciudad industrial moderna. Con su posición, el movimiento salía de los seminarios y de las universidades alemanas y del paisaje de los lagos ingleses para confundirse con la multitud anónima y la transformación y el movimiento de las calles de París abiertas por Haussman. El romanticismo -en su paradójica contradicción- es el germen del mundo moderno, donde se dan todas las inminencias, los riesgos y los terrores que surgieron entre los dos siglos que nos separan de él. Tal vez, por esta razón, de vez en cuando volvemos a él: para considerarlo desde una nueva posición, y criticarlo y reconocer lo que nos separa de él y lo que se mantiene en sus infinitas propuestas. Porque aquí está, a pesar de lo pasado, el origen de toda posibilidad.


MÁS INFORMACIÓN

El autor

Antoni Marí es poeta, ensayista, narrador y catedrático de Teoría del Arte en la Universitat Pompeu Fabra. En su obra ensayística destacan 'L'home de geni' (Edicions 62), 'Formes de l'individualisme' (Tres i Quatre) y 'El entusiasmo y la quietud'.


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Romanticismo y política No sólo al arte, la literatura o la música; el ideal romántico atiende también a la política. Así, las revoluciones europeas de mediados del XIX no se entienden sin el impulso de su pensamiento
 
El gobierno de las afinidades electivas
 
JOSÉ ENRIQUE RUIZ-DOMÈNEC  - 17/02/2010

Si en 1789, Schiller exigió el 'futuro ahora', en 1848, el año de las revoluciones en Europa, ese futuro era ya una realidad, y las nuevas ideas se vincularon a la causa republicana, el Estado nación, el sufragio universal y los derechos de los trabajadores

El romanticismo constituye un cambio esencial en la historia de Europa: es el triunfo de la voluntad sobre la razón. En unos años inciertos, dominados por la guerras napoleónicas, se produjo una transformación social sostenida por un nuevo concepto del arte, la literatura y la música. Los hombres de cultura se presentaban a las reuniones con pantalones rectos, dejando la moda nobiliaria en los desvanes, con la intención de difundir el modelo de vida burgués. Tras la derrota de Napoleón en Waterloo, el gusto romántico fue lo único capaz de suscitar entusiasmo en una sociedad cansada del espectáculo dado por la clase política en el congreso de Viena; ni siquiera el astuto Talleyrand fue capaz de salir airoso de la diplomacia de Metternich favorable a la monarquía absoluta.

La generación romántica demolerá en poco tiempo los acuerdos firmados por las grandes potencias y pondrá fin para siempre al antiguo régimen. Lord Byron apoyó a los griegos en su deseo de recuperar el suelo patrio ocupado por los otomanos; Victor Hugo con Hernani y Berlioz con la Sinfonía fantástica crearon el ambiente a favor de los días de julio de 1830, cuya mejor crónica fue la novela Rojo y negro de Stendhal. Había llegado el momento sansimoniano.

El periódico de referencia se llamó L´Avenir y desde él Saint-Simon postuló una nueva época basada en una justa organización del trabajo que limitara los efectos perversos para la clase obrera del liberalismo económico. ...


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Romanticismo y política: un caso contemporáneo ¿Es el heroísmo un atributo romántico? ¿Existen los héroes contemporáneos? Reflexiones a propósito del recuerdo de quienes desafiaron a la dictadura chilena y hoy siguen en el olvido
 
Historias de sintaxis colectiva
 
XAVIER MONTANYÀ  - 17/02/2010

Hombres y mujeres que lo arriesgaron todo en la lucha contra la dictadura y que la democracia ha preferido mantener en el exilio; habrá quien los pueda considerar terroristas, habrá, también, quien los pueda considerar héroes o mártires, e incluso, románticos
Ahora que, en Chile, tras veinte años de democracia gobernada por el centroizquierda, la victoria de la derecha que fue pinochetista, encabezada por el empresario multimillonario Sebastián Piñera, se ha consumado en las urnas, es de justicia rescatar del olvido la historia de centenares de hombres y mujeres que lo arriesgaron todo en la lucha contra la dictadura. Tanto es así, que, paradójicamente, la democracia ha preferido mantenerlos lejos, en el exilio, negándoles la participación en el debate democrático. Habrá quien los pueda considerar terroristas por armarse para defenderse de un Estado responsable de crímenes contra la humanidad. Los habrá, también, que los pueda considerar héroes o mártires, e incluso, románticos. Quizás puedan serlo por haber logrado rozar lo que parecía imposible. Quizás por eso han sido relegados al limbo del destierro. Pero su historia no es literatura, ni los devaneos y delirios atormentados de un ego superlativo. La suya es una obra de sintaxis colectiva, como dijo Carl Einstein de Buenaventura Durruti, de convicciones sociales y éticas, de rebelión contra el crimen de Estado, de enfrentamiento directo con el enemigo, de resistencia a la tortura, a las más duras condiciones de cárcel y, finalmente, de insumisión, de fuga y de exilio. ...