LA VANGUARDIA, 7 de septiembre de 2010
El discurso sobre los tontos útiles ofrecía grandes posibilidades en la guerra fría
La propaganda, que se sustenta sobre la hipótesis de la minoría de edad mental de la población biológicamente adulta, siempre tiene algo de pueril. Y mucho de juego estratégico. Durante la guerra fría, de acuerdo con una arraigada tradición, el equipo propagandístico del bando atlantista cedió a sus rivales el dominio del campo discursivo de la superioridad moral para poder así ganarles la espalda al contragolpe sin tener que demostrar la propia virtud. En este planteamiento táctico, el discurso sobre los tontos útiles ofrecía grandes posibilidades porque, además de poner en escena la contradicción entre la pretendida superioridad moral de los aludidos y la inmoralidad de quienes presuntamente los manipulaban, ejemplificaba que aquella hipotética superioridad era, en realidad, desde un punto de vista intelectual, simple ignorancia de los hechos y de la naturaleza de las cosas, inocente idealismo, pura bobería.
Resulta comprensible que, tras la caída del Muro y a pesar de la pérdida de poder simbólico de la momia de Lenin, los herederos del patrimonio propagandístico que salió victorioso de la guerra fría no quisieran desprenderse de un bien conceptual tan preciado. Quien más empeño puso en su reciclaje fue la analista política Mona Charen, antigua speech writer de Nancy Reagan en sus tiempos de primera dama. Dos años antes de popularizar los principales tópicos sobre las maldades del buenismo en su best-seller Do-Gooders, Charen había publicado, a la sombra del 11-S y con el choque de civilizaciones como telón de fondo, su primer libro de éxito, Useful idiots: How liberáis got it wrong in the cold war and stül blame America first (2003), en el que anunciaba a sus compatriotas que, aunque el enemigo era otro, contaba con los mismos tontos útiles de siempre. Siete años después, la BBC sigue pasando el mismo anuncio. Cada vez son más quienes venden una nueva guerra fría en el mercado de las ideas. Y sus vendedores suelen llamr tontos útiles a quines no quieren comprarlas.
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