Grandes desastres
Por Walter Laqueur, director del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington (LA VANGUARDIA, 13/09/10):
Antes, cuando se producía algún gran desastre natural como la erupción del Vesubio, los antiguos echaban la culpa a la furia de los dioses. En nuestra época, menos religiosa, ha estado muchas veces en boga presentar diversas teorías conspirativas a modo de explicación. Como dijo una vez el psiquiatra suizo Carl Jung, la gran época del oscurantismo no fue la edad media, sino que lo es nuestro tiempo, por más que ahora ya no se quemen brujas. Así, no ha constituido sorpresa alguna que, tras el terremoto de Haití, los grandes incendios de Rusia y, sobre todo, las terribles inundaciones de Pakistán, se haya producido una enorme actividad entre las filas de los teóricos de la conspiración: ¿quién ha causado todo esto? Tiene que haber una mano oculta, pero ¿de quién?
Según un naciente consenso, el responsable de los desastres naturales ha sido el Programa de Investigación de Alta Frecuencia Auroral Activa (Haarp). Esta organismo con base en Alaska y fundado hace unos veinte años por la marina y la fuerza aérea estadounidenses se dedica a investigar la ionosfera. Ni el organismo es demasiado secreto, puesto que en el proyecto también participan unas quince universidades y se sabe que su sede ha sido visitada por ciudadanos no estadounidenses; ni la teoría es demasiado convincente, porque ¿qué posible beneficio, por poner un ejemplo, puede sacar Washington de las inundaciones pakistaníes? Al contrario, dichas inundaciones han causado graves problemas políticos y militares, y el contribuyente estadounidense ha tenido que pagar millones de dólares para ayudar a Pakistán.
Tales consideraciones rara vez han disuadido a los conspirólogos. La figura central en muchas de sus teorías (la de Haarp, entre ellas) es un fascinante científico llamado Nikola Tesla (1856-1943) apenas conocido por el gran público, pero que desempeñó un importante papel en la investigación y la aplicación de la electricidad moderna. Nacido en Croacia y fallecido en Nueva York, fue un auténtico genio y realizó innumerables inventos. Murió sin un centavo. Edison lo empleó durante un tiempo pagándole menos de veinte dólares por semana. Ahora bien, Tesla también se embarcó en algunos proyectos extraños, como la investigación de una máquina capaz de provocar terremotos (el oscilador de Tesla), y afirmó, por poner otro ejemplo, haber descubierto un “rayo de la muerte” que podía destruir diez mil aviones.
Mi interés por este extravagante genio nació hace muchos años, cuando se supo que unos terroristas japoneses habían visitado el Museo Tesla en Belgrado en busca de esa pequeña máquina de sólo veinte centímetros de longitud y apenas un kilo de peso. Los conspirólogos han acusado al resto del mundo de haber ocultado los inventos y el legado de Tesla, lo cual no es del todo cierto, puesto que, además del museo de Belgrado, existe otro más grande en Colorado Springs (Estados Unidos).
La creencia en las conspiraciones está muy extendida y parece incontenible. Se considera que en Estados Unidos y muchos países europeos hasta el 30% de la población comparte en cierto grado esas ideas, y el porcentaje es aun mayor en Rusia y el mundo árabe. Quizá haya llegado la hora de estudiar la geopolítica de la conspirología, ya que parece constituir un factor político de cierta relevancia. Apenas hay acontecimiento importante de nuestro tiempo que no dé lugar a algún tipo de creencia según la cual la explicación oficial no puede ser cierta y tiene que haber otra, oculta. No han aparecido todavía teorías conspirativas que expliquen la reciente crisis financiera mundial, pero se trata sólo de una cuestión de tiempo. ¿Cuál es la causa de que las personas crean en ovnis, pérfidos extraterrestres y – literalmente-miles de ideas parecidas (hay enciclopedias enteras dedicadas a las conspiraciones)? La mayoría de las religiones tiene un demonio o satanás, un paraíso y un infierno, y todas las religiones políticas parecen necesitar también esas figuras.
Muchas teorías conspirativas poseen un carácter político; la extrema derecha ha creído firmemente en ellas, pero en tiempos más recientes también lo han hecho la izquierda y los antiglobalizadores. Con todo, algunas no son siquiera políticas, lo que convierte la explicación en aun más difícil.
Uno de los principales precursores de las teorías de la conspiración fue un popular escritor prusiano llamado Hermann Goedsche (1815-1878), quien escribió bajo el pseudónimo Sir John Retcliffe. También trabajó para la policía secreta prusiana. En una novela titulada Biarritz,Goedsche describe una reunión secreta celebrada en el antiguo cementerio judío de Praga por una camarilla dispuesta a hacerse con el poder y dominar el mundo.
¿Cómo llegó a conocerse semejante reunión secreta? Gracias a dos hombres valientes, llamado uno doctor
Faustus y el otro Lassali, que tomaron apuntes ocultos entre la vegetación. Al parecer, Mefistófeles tenía el día libre. La historia de la reunión secreta de Praga se imprimió muchas veces y se tradujo a muchos idiomas.
¿Sabremos alguna vez la verdad acerca de esa conspiración? El mes que viene se publicará un nuevo libro del célebre escritor italiano Umberto Eco. Su título, El cementerio de Praga. Eco ya se ha mostrado interesado antes por las conspiraciones (El péndulo de Foucault es la historia de un experimento científico y de sus consecuencias). No obstante, no es un protagonista de dichas teorías; el libro trata de falsificaciones e imposturas, y no será aceptado por los verdaderos creyentes.
Antes, cuando se producía algún gran desastre natural como la erupción del Vesubio, los antiguos echaban la culpa a la furia de los dioses. En nuestra época, menos religiosa, ha estado muchas veces en boga presentar diversas teorías conspirativas a modo de explicación. Como dijo una vez el psiquiatra suizo Carl Jung, la gran época del oscurantismo no fue la edad media, sino que lo es nuestro tiempo, por más que ahora ya no se quemen brujas. Así, no ha constituido sorpresa alguna que, tras el terremoto de Haití, los grandes incendios de Rusia y, sobre todo, las terribles inundaciones de Pakistán, se haya producido una enorme actividad entre las filas de los teóricos de la conspiración: ¿quién ha causado todo esto? Tiene que haber una mano oculta, pero ¿de quién?
Según un naciente consenso, el responsable de los desastres naturales ha sido el Programa de Investigación de Alta Frecuencia Auroral Activa (Haarp). Esta organismo con base en Alaska y fundado hace unos veinte años por la marina y la fuerza aérea estadounidenses se dedica a investigar la ionosfera. Ni el organismo es demasiado secreto, puesto que en el proyecto también participan unas quince universidades y se sabe que su sede ha sido visitada por ciudadanos no estadounidenses; ni la teoría es demasiado convincente, porque ¿qué posible beneficio, por poner un ejemplo, puede sacar Washington de las inundaciones pakistaníes? Al contrario, dichas inundaciones han causado graves problemas políticos y militares, y el contribuyente estadounidense ha tenido que pagar millones de dólares para ayudar a Pakistán.
Tales consideraciones rara vez han disuadido a los conspirólogos. La figura central en muchas de sus teorías (la de Haarp, entre ellas) es un fascinante científico llamado Nikola Tesla (1856-1943) apenas conocido por el gran público, pero que desempeñó un importante papel en la investigación y la aplicación de la electricidad moderna. Nacido en Croacia y fallecido en Nueva York, fue un auténtico genio y realizó innumerables inventos. Murió sin un centavo. Edison lo empleó durante un tiempo pagándole menos de veinte dólares por semana. Ahora bien, Tesla también se embarcó en algunos proyectos extraños, como la investigación de una máquina capaz de provocar terremotos (el oscilador de Tesla), y afirmó, por poner otro ejemplo, haber descubierto un “rayo de la muerte” que podía destruir diez mil aviones.
Mi interés por este extravagante genio nació hace muchos años, cuando se supo que unos terroristas japoneses habían visitado el Museo Tesla en Belgrado en busca de esa pequeña máquina de sólo veinte centímetros de longitud y apenas un kilo de peso. Los conspirólogos han acusado al resto del mundo de haber ocultado los inventos y el legado de Tesla, lo cual no es del todo cierto, puesto que, además del museo de Belgrado, existe otro más grande en Colorado Springs (Estados Unidos).
La creencia en las conspiraciones está muy extendida y parece incontenible. Se considera que en Estados Unidos y muchos países europeos hasta el 30% de la población comparte en cierto grado esas ideas, y el porcentaje es aun mayor en Rusia y el mundo árabe. Quizá haya llegado la hora de estudiar la geopolítica de la conspirología, ya que parece constituir un factor político de cierta relevancia. Apenas hay acontecimiento importante de nuestro tiempo que no dé lugar a algún tipo de creencia según la cual la explicación oficial no puede ser cierta y tiene que haber otra, oculta. No han aparecido todavía teorías conspirativas que expliquen la reciente crisis financiera mundial, pero se trata sólo de una cuestión de tiempo. ¿Cuál es la causa de que las personas crean en ovnis, pérfidos extraterrestres y – literalmente-miles de ideas parecidas (hay enciclopedias enteras dedicadas a las conspiraciones)? La mayoría de las religiones tiene un demonio o satanás, un paraíso y un infierno, y todas las religiones políticas parecen necesitar también esas figuras.
Muchas teorías conspirativas poseen un carácter político; la extrema derecha ha creído firmemente en ellas, pero en tiempos más recientes también lo han hecho la izquierda y los antiglobalizadores. Con todo, algunas no son siquiera políticas, lo que convierte la explicación en aun más difícil.
Uno de los principales precursores de las teorías de la conspiración fue un popular escritor prusiano llamado Hermann Goedsche (1815-1878), quien escribió bajo el pseudónimo Sir John Retcliffe. También trabajó para la policía secreta prusiana. En una novela titulada Biarritz,Goedsche describe una reunión secreta celebrada en el antiguo cementerio judío de Praga por una camarilla dispuesta a hacerse con el poder y dominar el mundo.
¿Cómo llegó a conocerse semejante reunión secreta? Gracias a dos hombres valientes, llamado uno doctor
Faustus y el otro Lassali, que tomaron apuntes ocultos entre la vegetación. Al parecer, Mefistófeles tenía el día libre. La historia de la reunión secreta de Praga se imprimió muchas veces y se tradujo a muchos idiomas.
¿Sabremos alguna vez la verdad acerca de esa conspiración? El mes que viene se publicará un nuevo libro del célebre escritor italiano Umberto Eco. Su título, El cementerio de Praga. Eco ya se ha mostrado interesado antes por las conspiraciones (El péndulo de Foucault es la historia de un experimento científico y de sus consecuencias). No obstante, no es un protagonista de dichas teorías; el libro trata de falsificaciones e imposturas, y no será aceptado por los verdaderos creyentes.
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