Por Ricardo García Carcel.
Napoleón:de ciudadano a emperador
Manuel Moreno Alonso
ABCD 10 de diciembre de 2005 - número: 723
ABCD 10 de diciembre de 2005 - número: 723
Napoleón. De ciudadano a emperador Manuel Moreno Alonso Sílex. Madrid, 2005 424 páginas, 22 euros |
En el siglo XX se impuso una historiografía sobre Napoleón con pretensiones de mayor objetividad y las biografías de Bainville, Ludwig, Belloc, Tarle, Lefebvre, Ellis, Markham, Gallo, Tulard, Malraux, Zieseniss, Petiteau, Lyons... demuestran la fascinación que el personaje ha suscitado y sigue suscitando entre los franceses y los no franceses. Hasta Dominique de Villepin, actual primer ministro del país vecino, ha escrito un estudio muy lúcido, por cierto, de los «Cien días» de Napoléon entre el retorno de Elba y el definitivo destierro a Santa Elena. La historiografía española del siglo XX no ha participado de este interés, salvo la obra de Pabón Las ideas y el sistema napoleónico (1994).
Diversas etapas. Parece como si la Guerra de la Independencia y sus secuelas (el exilio de los afrancesados y su posterior contrición) hubieran agotado la memoria dedicada a la figura de Napoléon, que sufrió en España una polarización total de su imagen, antes ya de la guerra (de la exaltación del embajador Azara) a las acusaciones postTrafalgar y, naturalmente, durante y después de la guerra (de la visión patriota de los diputados gaditanos a la que nos da el afrancesado Gómez Hermosilla pasando por la grotesca del reaccionario José Clemente Carnicero que en 1819 comparaba a Napoleón con Don Quijote). A los españoles liberales o conservadores del siglo XIX, no les quedaron demasiadas ganas de hablar de Napoléon por su propia ambivalencia política ¿dictador e invasor de España o el hombre que había hecho posible las conquistas sociales y políticas de la revolución?
Incómodo, pues para ser juzgado por los historiadores españoles, el personaje ha sido referente constante de los múltiples estudios sobre la Guerra de la Independencia, pero sin abordarse nunca directamente su biografía desde España. Por fin lo hace el historiador Manuel Moreno Alonso, conocedor como nadie de la «generación de 1808», del pensamiento español en la llamada crisis del Antiguo Régimen. Él ya escribió un libro sobre Napoleón. La aventura de España en Sílex el año pasado y ahora vuelve sobre el personaje no ya para analizar el gran fracaso de Bonaparte ante España sino para revisar la propia trayectoria biográfica de Napoléon y su significación.
La biografía de Napoléon es despiezada en diversas etapas: su aprendizaje, desde su nacimiento en 1769 hasta 1789 (papel de su tío Luciano y su madre, la influencia del problema corso con el líder Paoli, las lecturas de Rousseau), su ascenso en el Directorio (oportunismo, maquiavelismo, primer matrimonio por interés), su salto dictatorial tras el dieciocho Brumario de 1799 (salvador de la patria, logros del Consulado), la proclamación del Imperio en 1804 (incomprensión de la realidad europea, perfil personal y político, conquistas, ideas respecto a los masones o los jesuitas) y la caída del coloso a partir de 1812 (derrotas en España, en Leipzig y cien días finales hasta Waterloo en junio de 1815) con triste final tras sus años de destierro en Santa Elena de 1815 a 1821.
Triste final. La visión de Moreno Alonso de Napoléon no cae en ningún momento en la glosa de la épica del héroe que el propio Napoléon tanto cultivó de sí mismo, pero tampoco nos lo convierte en mero instrumento de la demanda francesa, en el tiempo que le tocó vivir (interpretación de Soboul). A los ojos de Moreno Alonso, Napoleón fue un escalador político irrefrenable, fruto de una ambición incubada en las frustraciones históricas corsas y en el sentido de clan familiar que alimentó su madre, más militar que político, con una capacidad extraordinaria para la estrategia y la violencia, sostén de los logros burgueses de la revolución (libertad, seguridad, propiedad), ególatra con la clásica corte de aduladores (desde científicos como Laplace a pintores como David o Gross) y con enorme sentido de la importancia de lo mediático (como Nelson).
Su triste final fue el fracaso de la posibilidad de sostener un imperio sobre el único fundamento de las victorias militares, la fragilidad de los halagos de los Goethe, Beethoven y tantos intelectuales orgánicos, el inmenso desgaste que implica el peso unipersonal de un imperio con múltiples frentes abiertos, el coste del desconocimiento de la importancia de los sentimientos nacionales y de la locura megalómana de los genios... Su derrota final en la Guerra de la Independencia fue ciertamente su primera tumba. El libro de Moreno Alonso abre juego y de modo brillante a lo que será el frenesí historiográfico del gran Centenario que nos viene: 1808.
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