El rey Juan Carlos, en Washington durante un momento de su discurso ante el Congreso de los Estados Unidos el 2 de junio de 1976.
España pasó de la dictadura a la democracia en plena guerra fría, lo cual condicionó la tibia actitud de Estados Unidos, preocupado por mantener el acceso a las bases militares y alejar a los comunistas de toda esfera de influencia.
Extracto de un texto de Charles Powell
EL PAÍS DOMINGO - 30-05-2010
Washington había convivido muy cómodamente con el régimen franquista desde el inicio de la guerra fría, y éste se había mostrado notablemente acomodaticio a la hora de negociar los acuerdos sobre las bases de 1953, posteriormente renovados en 1963 y 1970. Teniendo en cuenta que la impopularidad de las bases norteamericanas había ido en aumento desde el accidente nuclear de Palomares de 1966, todo hacía suponer que, en un contexto democrático en el que estuviese garantizada la libertad de expresión, este rechazo alcanzaría niveles aún mayores. En principio, pues, existían motivos para temer que la llegada de la democracia permitiese cuestionar los acuerdos firmados bajo el franquismo y, por tanto, a priori carecía de sentido que Washington trabajara para socavar sus propios intereses estratégicos.
Sin embargo, con el paso de no mucho tiempo los estrategas de Washington introdujeron tres reflexiones que modificaron considerablemente este análisis.
Por un lado, a raíz de la guerra del Yom Kipur de octubre de 1973, el Gobierno español manifestó públicamente su oposición a que las bases españolas fuesen utilizadas por Estados Unidos para abastecer a Israel. Esta actitud española les hizo comprender que si incluso un régimen autoritario como el franquista tenía que tener en cuenta el sentir de la opinión pública -amén de la presión ejercida por los Estados árabes-, uno democrático seguramente se vería impelido a mostrarse aún más exigente en la defensa de la soberanía nacional.
En segundo lugar, en cuestión de horas y sin apenas resistencia, la revolución de los claveles de abril de 1974 dio al traste con la dictadura más longeva del continente europeo e hizo posible que, por vez primera en la historia de la OTAN, uno de sus Estados miembros tuviese un Gobierno con participación comunista. Este acontecimiento suscitó varias reacciones contrapuestas en Washington, no siempre compatibles entre sí. Kissinger interpretó que Portugal debía ser excluido de la OTAN, o al menos apartado de forma temporal, tanto para evitar que contaminase a otros Gobiernos europeos como para transmitir un mensaje nítido de condena por haber osado cuestionar una regla de oro no escrita del bloque occidental. A su vez, ello hizo que pensara seriamente en la posibilidad de que España ocupara su lugar, fortaleciendo así el flanco sur de la OTAN, que se vería debilitado todavía más por el conflicto chipriota. Al mismo tiempo, la caída de la dictadura portuguesa fue interpretada en el Departamento de Estado como evidencia de que el inmovilismo resultaba a todas luces contraproducente y que era más inteligente propugnar una cierta liberalización del sistema si se quería evitar un derrumbe comparable del régimen español.
La tercera reflexión se refiere a la relación entre la naturaleza no democrática del régimen y la promoción de los intereses estadounidenses en la región a medio y largo plazo. A corto plazo, es indudable que la prioridad norteamericana no fue otra que garantizar por todos los medios la continuidad del acceso de sus fuerzas armadas a las bases situadas en España.
(...) Tras la visita de Ford a Madrid en mayo de 1975, Kissinger había pedido a Stabler que le enviase un análisis pormenorizado de los principales grupos y personalidades antifranquistas. A pesar de la calidad de la información proporcionada, el secretario no siempre supo aprovecharla, y en septiembre reconocería ante un grupo de ministros de Asuntos Exteriores europeos que "deberíamos establecer contacto con los grupos que pensamos pueden ser importantes para el futuro político de España", pero se lamentaría de que "tenemos dificultades para averiguar con quién merece la pena hablar".
Stabler hizo lo que pudo por mantener informado a su superior y no tardó en establecer contacto personal con los más destacados dirigentes de la oposición, entre ellos Joaquín Ruiz-Giménez, José María Gil Robles y Felipe González. En cambio, no tuvo relación directa con Tierno Galván, debido a la presencia del PSP en la Junta Democrática, que la embajada consideraba una mera fachada del PCE.
La Embajada estadounidense prestó especial atención a la evolución del PSOE y sus dirigentes. En octubre, González informó a Stabler de que, tras la muerte de Franco, su partido, al igual que el resto de la oposición, concedería a don Juan Carlos un cierto margen de maniobra, aunque, en su opinión, el príncipe "no conocía bien la España actual". A pesar de mostrarse partidario de una ruptura total con el pasado, el joven dirigente socialista opinaba que la exigencia comunista de un Gobierno provisional representativo de la oposición democrática era "una locura inviable" y reconocía que lo más probable era que el futuro rey intentase liderar un proceso reformista, para lo cual podría situar en la presidencia del Gobierno a un militar liberal, como Manuel Gutiérrez Mellado. Del éxito de dicha operación dependería en buena medida su posibilidad de permanecer en el trono, aunque en aquellos momentos le parecía inevitable una consulta popular sobre la monarquía. González también sostuvo que la exclusión del PCE del proceso democratizador sólo serviría para perjudicar al PSOE, argumento que no pareció convencer al embajador, aunque éste admitiese que, tal y como vaticinaba su interlocutor, en unas elecciones democráticas los socialistas podrían obtener el 30% de los votos, y los comunistas, solamente el 10%. En cambio, Stabler tuvo que reconocer que González acertaba al afirmar que Estados Unidos debía hacer más por disipar las dudas existentes entre la opinión pública española sobre su apoyo a un verdadero proceso democratizador, que atribuyó al hecho incómodo de que "nuestros intereses nos obligan a tratar con los Gobiernos tal y como son, y no como nos gustaría que fuesen". Por aquel entonces, la Embajada comenzaría a organizar estancias en Estados Unidos a dirigentes del PSOE y UGT, como Pablo Castellano y Manuel del Valle, para que pudiesen entrevistarse con personalidades políticas y sindicales norteamericanas. A pesar de ello, el establecimiento de cauces de comunicación con la Embajada avanzó con cierta parsimonia, y González no visitaría Washington hasta noviembre de 1977.
A pesar de considerar al PCE la fuerza política mejor organizada del campo antifranquista, la Administración Ford se negó sistemáticamente a relacionarse con sus dirigentes de cierto nivel, ni en España ni en el extranjero. Dado que el partido comunista no podía personarse en Estados Unidos como tal, tuvo que hacerlo indirectamente a través de la Junta Democrática, algunos de cuyos dirigentes se presentaron ante la opinión pública norteamericana en una reunión celebrada en el Capitolio en junio de 1975, que contó con la presencia de media docena de congresistas, de escaso peso político.
(...) Horas antes de que el Rey llegara a la Casa Blanca la mañana del 2 de junio, en el Despacho Oval se produjo un breve pero revelador intercambio entre Ford y Kissinger. Tras afirmar con su desparpajo habitual que los Borbones "habían jodido las cosas (screwed things up) durante trescientos años", éste intentó explicarle la complejidad del contexto institucional español: "El ministro de Asuntos Exteriores ve al Rey como un monarca constitucional", pero "el Rey se ve a sí mismo como Giscard"; por ello, era aconsejable "tratar al Rey como si tuviese autoridad, aunque eso ponga nervioso al ministro de Asuntos Exteriores". A continuación, Kissinger resumió muy telegráficamente la situación para beneficio del presidente: "Todo el mundo está presionando a España para que avance rápido. España ha fluctuado entre el autoritarismo y la anarquía. Carece de tradición democrática. Necesitan tiempo para desarrollar el centro". En vista de todo ello, "yo le sugeriría que avance lo suficientemente rápido como para dar respuesta a la presión, pero no tan rápido que pierda el control".
En la entrevista celebrada poco después, de casi una hora de duración, el Rey reconocería que en el tiempo transcurrido desde su proclamación se habían producido momentos difíciles, sobre todo en febrero, aunque lo peor parecía haber pasado. Don Juan Carlos se mostró ligeramente impaciente con Arias Navarro, afirmando que "las cosas podrían haber ido un poco más deprisa", aunque reconocería que "se están moviendo", y se manifestó especialmente satisfecho de no haber repetido el error cometido por su abuelo Alfonso XIII en 1931, al convocar elecciones municipales antes que nacionales, lo cual había dificultado la aparición de grandes partidos políticos. En aquellos momentos, el Gobierno español pretendía celebrar elecciones generales en el otoño de 1976 y elecciones municipales en la primavera de 1977. (...) El momento culminante de la visita real fue sin duda el discurso pronunciado por don Juan Carlos a última hora de esa mañana ante el Congreso de Estados Unidos. En un inglés muy correcto, el Rey (...) subrayó que "la monarquía hará que, bajo los principios de la democracia, se mantengan en España la paz social y la estabilidad política, a la vez que se asegure el acceso ordenado al poder de las distintas alternativas de gobierno, según los deseos del pueblo libremente expresados", compromiso que fue recibido con una cerrada ovación. A su regreso a España, el Monarca se mostraría encantando con la calurosa recepción de la que había sido objeto, observando con evidente satisfacción que su discurso incluso había merecido un editorial elogioso en The New York Times.
(...) Se ha especulado mucho sobre las consecuencias de este viaje sobre el desarrollo posterior de la vida política española. En la única conversación que mantuvieron a solas, a petición del propio Monarca, don Juan Carlos mencionó a Kissinger su intención de destituir a Arias Navarro, algo que en aquellos momentos todavía no le parecía posible, pero sin revelar la identidad de su posible sucesor. Vista la actitud del secretario a lo largo de aquellos meses, es improbable que le animara a deshacerse del presidente, sobre todo si ello pudiese interpretarse como una concesión a quienes deseaban acelerar el ritmo de las reformas. Además, Kissinger tampoco tenía especiales motivos para recomendar a ninguno de los políticos españoles que había conocido hasta entonces. Si, como afirmaba el informe de Kissinger antes mencionado, la visita se había concebido para "reforzar la autoconfianza del Rey y acrecentar su determinación", la operación resultó un éxito rotundo.
(...) Sorprendentemente, la nueva Administración demócrata se mostraría inicialmente bastante fría en su actitud hacia el Gobierno Suárez. Cuando se realizaron las primeras gestiones para que el presidente del Gobierno español fuese recibido en la Casa Blanca a fin de fortalecer su imagen ante las primeras elecciones democráticas previstas para junio de 1977, en un primer momento el Departamento de Estado mostró poco interés. Es posible que ello se debiera en parte a la actitud reticente de Stabler, a quien no le parecía correcto utilizar el viaje a Washington con fines electorales, y cuyos argumentos parecen haber hecho mella en el secretario de Estado adjunto, Warren Christopher. Ello obligó al Rey a enviar a Washington a su emisario personal, Prado y Colón de Carvajal, que se entrevistó con Vance, tras lo cual la Administración cambió de parecer. Sin embargo, y para asombro del embajador, sus superiores sólo querían concederle a Suárez una entrevista de media hora, por lo que insistió en que, una vez tomada la decisión de realizar la visita, al menos se le invitara a comer. La Casa Blanca accedió inicialmente a esta petición, pero rectificó poco después cuando supo que el mandatario español no hablaba inglés. Finalmente, Suárez y Carter pudieron reunirse el 29 de abril de 1977 durante algo más de una hora, pero el encuentro no contribuyó gran cosa a sentar las bases de una relación fluida. Stabler lamentaría años después que el presidente español se hubiera marchado de Washington "un poco irritado", y el desarrollo del viaje le llevó a concluir que "si habíamos tomado la postura de apoyar a la democracia española, tendríamos que haber actuado en consecuencia para que los actores concernidos pensaran que realmente tenían nuestro apoyo".
Lógicamente, la reciente legalización del PCE -el sábado 9 de abril de 1977- fue uno de los temas suscitados por Suárez en la entrevista con Carter. Suárez explicó que, tras muchas dudas, se había llegado a la conclusión de que la exclusión de los comunistas habría puesto en duda la legitimidad de la consulta electoral, y que en todo caso las encuestas vaticinaban al PCE un resultado bastante modesto. Por otro lado, a pesar de haber provocado la dimisión del ministro de la Marina, Gabriel Pita da Veiga, la reacción posterior de las Fuerzas Armadas había demostrado que era un riesgo asumible. Por su parte, Carter y su equipo manifestaron su admiración por la valentía y decisión mostrada por el dirigente español, y su satisfacción por la inminente convocatoria de elecciones generales, comentario que Suárez aprovechó para anunciarles que tenía previsto presentarse como candidato independiente en las listas de Unión de Centro Democrático
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