El 14 de mayo de 1610, dentro de poco hará cuatro siglos, Enrique IV de Francia murió como consecuencia de las puñaladas que le asestó en la Rue de la Ferronnerie François Ravaillac, un fanático católico. Apenas cinco años antes, Guy Fawkes y sus compinches propapistas habían tramado la famosa Conspiración de la pólvora con el objetivo de matar a Jacobo I de Inglaterra, a su familia y a cuantos más aristócratas protestantes mejor haciendo saltar por los aires el edificio del Parlamento. Enrique IV, convertido al catolicismo para poder reinar, ha pasado a la historia por haber puesto su firma en el Edicto de Nantes, con el que pretendía dejar atrás el periodo de las guerras de religión, reconociendo, aunque con limitaciones y ratificando la catolicidad de Francia, la libertad de culto a los hugonotes. Jacobo I también intentó hacer frente, aunque con otras armas jurídicas y doctrinales y en un Estado que había dejado de ser católico, a los conflictos religiosos que dividían sus dominios. Durante el reinado de ambos monarcas, Thomas Hobbes aprendió que no hay peor enemigo para la convivencia que una Iglesia que, mirando por sus intereses particulares, quiere imponer directa o indirectamente su autoridad sobre el poder civil. Su Leviatán, uno de los grandes clásicos de la filosofía política moderna, pretende sacar las consecuencias de esta lección. La primera traducción al castellano de esta obra la realizó el economista aragonés Manuel Sánchez Sarto, profesor de la Universitat Autònoma de la Barcelona republicana. Se editó en México en 1940, recién acabada la guerra civil española. Su autor, entonces en el exilio, también había podido reflexionar, mientras la realizaba, sobre la vigencia de las advertencias de Hobbes respecto a los peligros de un poder eclesiástico que no se resigna a perder sus privilegios y pretende imponerse.
También en 1940 se publicó, pero en Salamanca, El derecho al Alzamiento, de Aniceto de Castro Albarrán, pionero en la defensa de la guerra civil como cruzada. De hecho, se trataba de una versión remozada de un libro aparecido siete años antes: El derecho a la rebeldía, en el que De Castro, entonces rector de la Universidad Pontificia de Comillas y colaborador de la maurrasiana Acción Española, se zambullía, para legitimar el acoso y derribo católicos al recién nacido régimen republicano, en las mismas fuentes del pensamiento jesuítico contra las que ya había arremetido Hobbes. El cardenal Bellarmino, Francisco Suárez y Juan de Mariana -cuyo De rege, que bendecía como tiranicidio el terrorismo católico, acabó siendo prohibido por el Parlamento francés tras el asesinato de Enrique IV- eran sus referentes. Los mismos que azuzaron a quienes azuzaban a Ravaillac y a Fawkes. Parece claro que la historia de España no puede entenderse si se olvida que es un Estado que llegó al siglo XX sin haber desatascado los problemas del siglo XVII.
Memoria histórica, Josep Maria Ruiz Simon, lavanguardia, 21-IV-10,
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