La nueva filatelia
En las sociedades modernas, ferozmente individualistas, la cotización de la bella amistad ha descendido
LA VANGUARDIA 05/05/2010
La división aristotélica de la amistad entre utilitaria, placentera y virtuosa sigue perpetuándose en nuestros días, desde los amiguitos del alma del Gürtel hasta aquel millón de amigos del que cantaba Roberto Carlos cuando ni de lejos podía imaginar que un día Facebook resolvería su entusiasmada petición. Algunos descreídos han llamado "la nueva filatelia" al gusto por coleccionar amigos compulsivamente; un universo de gente –amigos de amigos de amigos– que se mostrarán sus fotos o se tutearán aunque su relación se inicie sin percibir el olor del otro. Ni su manera de saludar, de tocar el hombro, sin observar lo que sus ojos miran. Por encima de todo, que no podrán palpar su presencia, la forma en que se ve de qué pasta somos. Dicen que en los primeros cinco minutos la gente se forma el 80% de la idea sobre la identidad del otro. Y en algún punto del camino en el que se entrecruzan verdad y máscara, se produce la chispa para iniciar una amistad.
Ocurrió en casa de la poeta Victoria Ocampo en 1931, en Buenos Aires, una noche en que la dama de la cultura argentina agasajaba a un escritor francés. Allí se conocieron Borges y Bioy Casares; parece ser que se agradaron de inmediato y entablaron una charla sobre literatura. Tan absortos estaban, que Borges, haciendo gala de su torpeza, derribó una lámpara causando un gran escándalo en el salón.
Años más tarde, Bioy confesaba que aquel incidente "me lo señaló como un alma gemela entre gente tan segura de sí y tan cómoda", y que lo que le atrajo de Borges no fueron tanto sus textos, sino la admiración que sintió por su pensamiento expresado en las conversaciones. Ah, el placer de la buena conversación, la que sabe combinar lo liviano y lo profundo, elegancia con diversión y tolerancia con verdad.
En las sociedades modernas, ferozmente individualistas, la cotización de la bella amistad ha descendido. Hablo de la amistad leal, desinteresada, gozosa y telepática. "Ah, amigos míos, no hay ningún amigo", sentenciaba Aristóteles, que ya vaticinó la moda de los amigos "alquilados", esos que gusta pasear en un restaurante de moda, siempre interés mediante. Tal vez por tratarse de un asunto tan desenfocado en el guión del mundo, la amistad ha utilizado subterfugios y durante largo tiempo se ha instalado en los almohadones de la vida privada. El estallido de los amigos públicos tuvo que ver con el hecho creativo; los famosos grupos artísticos sentados alrededor de una tarta de manzana o de un whisky, como el de Bloomsbury, los simbolistas o la generación del 27. La amistad es uno de los deseos más dolorosos desde que el niño se convierte en animal social y advierte que las relaciones son cambiantes. Esos serán sus primeros registros de la frustración sentimental –más allá de la familia y antes de los amores platónicos–, tan necesarios para completar un aprendizaje que incluye la generosidad, la compañía y los desengaños. Algo que, sin cafeína, se reproduce en las redes sociales, a propósito de las que algunos psicólogos advierten que tener más de 150 amigos es insano, y poco manejable. El domingo, The New York Times alertaba sobre la posibilidad de que las redes empobrezcan la sociabilidad de los jóvenes: "La facilidad de la comunicación electrónica puede hacer que el contacto cara a cara con sus amigos les interese cada vez menos a los adolescentes". Un asunto que puede ahorrar mucho transporte, sin lugar a dudas. Las redes son una puerta franca para acceder a gente diferente, lo que no impide el ingenuo lamento de que, más que entablar nuevas relaciones sin las proezas de antaño, lo que mueve a la gente –en especial a los jóvenes– a colgar sus vidas es autocomplacencia. Y quién no, quan teníem quinze anys.
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