ÁNGELES GARCÍA - EL PAÍS Madrid - 12/10/2009
San Serapio, de Francisco de Zurbarán, cuadro cedido a la exposición por el Museo de Arte Wadsworth Atheneum.
Un insospechado y apasionante puente artístico conecta la escultura barroca y el hiperrealismo más rompedor. Las tallas impertérritas de madera policromada del siglo XVII español con las esculturas que explican el XXI por la vía del maniaco detalle. Esos Cristos eternamente dolientes de Pedro de Mena y los delirios de Damien Hirst. Londres, capital del arte del nuevo milenio, está a punto de descubrir esa caprichosa pirueta con la exposición Lo sagrado hecho real. Pintura y escultura española 1600-1700, que se inaugura el 21 de octubre en la National Gallery y que promete convertirse en el acontecimiento museístico de la temporada y en un acto de justicia para el periodo más desconocido del arte español en el extranjero.
La muestra quiere descubrir una etapa deslumbrante de la escultura española
Se exhiben 16 tallas policromadas, cada una en una sala, y 16 cuadros
Las obras casi nunca han abandonado los lugares de culto donde llevan siglos
"La exposición va a arrasar. Su realismo es muy impactante", dice el comisario
El barroco que desembarca ahora en Londres (Zurbarán, Gregorio Fernández, Alonso Cano, el ineludible Velázquez) busca con denuedo el verismo de las emociones. Casi siempre llegadas del lado dramático de la vida. Acaso por eso representa como ninguna otra escuela ese sentimiento trágico de la vida tan de Unamuno, tan español. Xavier Bray (Londres, 1972), conservador de pintura europea del XVII y XVIII de la National Gallery y comisario de la exposición, lo sabe bien. Este estudioso ha empleado parte de su carrera trabajando en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Bray pretende dar a conocer al público (la muestra viajará en enero a Washington) uno de los periodos más deslumbrantes de la escultura española y que pese a ello no disfruta en el extranjero de la importancia que le corresponde. "Es el gran momento de la policromía", explica, "una tradición que arranca en el arte griego y que se desarrolla en España por los mejores artistas de la época".
En total, se exponen 32 obras: 16 tallas policromadas junto a 16 cuadros, como corresponde a artistas (Juan Martínez Montañés, Juan de Mena, Manuel Pereira, Pedro de Mena o José de Mora) que, según aclara Bray, conjugan ambas disciplinas de un modo poético. La ocasión es realmente única. Son piezas que, por su carácter religioso, raramente han abandonado los lugares de culto donde llevan siglos. Salvo, claro está, con ocasión de las procesiones de Semana Santa.
Porque todas ellas juegan con los mismos elementos píos. La agonía del Cristo más humano en la cruz toma aquí la dimensión del arte grandioso. "Es una muestra 100% religiosa", explica el comisario. "La corte prefería obras de origen italiano, mientras que la Iglesia gustaba de las tablas medievales. Vieron claro el poder que esas imágenes tenían para conmover a los católicos, aunque también eran conscientes de que el realismo de las imágenes podía confundir y fomentar la idolatría. Goya critica esta devoción, sin ir más lejos. Un ejemplo claro de las consecuencias de esa confusión lo tenemos en el Cristo de Juan de Mena, cuyos pies tienen el color desgastado por los besos de los devotos".
El paroxismo de las emociones barrocas llega, con todo, del otro lado, de la América española. "De allí proceden imágenes de Cristo que lucen pelo y ojos de cristal y rostros de la Virgen que rozan la histeria". Son imágenes de una extraordinaria significación trágica, que han conmovido desde hace tres siglos a católicos y ateos. A artistas y a cineastas. Al contemplarlas, acude sin querer a la retina y a la memoria cinéfila Quién está llamando a mi puerta (1967), debú del director Martin Scorsese, desoladora disección de la culpa entre los católicos, que ofrece una apoteósica coda a base de primeros planos de escultura de vírgenes y santos amenazantes.
La exposición reviste una importante carga didáctica. Cada una de las 16 esculturas ocupa una sala del museo. "A base de paneles y documentos reconstruimos el original con todo su colorido. Tenemos que saber que se trata de pintores que pintan esculturas, porque el escultor entonces no podía pintar su propia pieza. Hay también una sala en la que se explica cómo trabajaban, una especie de taller de Pinocho". Bray ofrece una clave para entender el periodo: la unión de pintura y escultura hasta conformar un nuevo género. "Velázquez y Pacheco la practicaron. Zurbarán realizó una escultura de Cristo en madera, absolutamente sublime, que es la obra cumbre de esta forma de expresión. Lo curioso es que durante mucho tiempo se contempló como escultura cuando, en realidad, es una pintura".
¿Entenderá el público anglosajón, de naturaleza un tanto descreída, anglicano en el mejor de los casos, esta exposición? El comisario no duda. "Va a arrasar", explica. "Es un realismo muy shocking [impactante] y además, en este momento en Inglaterra se están registrando más católicos que protestantes. No tengo ninguna duda".
ANÁLISIS
Ejemplos de contraste
Con la nada desdeñable garantía de un comisario que lleva años estudiando el tema y que conoce muy bien nuestro país, donde trabajó como conservador en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, antes de ocupar el puesto en la National Gallery de Londres, estoy convencido de que Xavier Bray logrará llamar la atención internacional sobre uno de los asuntos más notables y peor conocidos del arte de nuestro Siglo de Oro. La escultura barroca española se apartó, en principio, por completo de la que se practicaba en Europa durante el siglo XVII, porque su temática fue casi exclusivamente religiosa; su técnica, en su mayoría de madera policromada y su estilo de un realismo tan acentuado como no se había visto en Europa desde finales del gótico. Tuvo tres centros dominantes: la corte, Castilla -Valladolid- y Andalucía -Sevilla y Granada- y tres generaciones diferentes. En la primera, sobria, de factura clásica y de un realismo expresionista en ciernes, dominada por las grandes figuras de Gregorio Fernández, Juan Martínez Montañés y Alonso Cano; la segunda, que se muestra a partir del ecuador del XVII, más animada y efectista, con el granadino Pedro de Mena y el sevillano Pedro Roldán; y, en fin, la tercera, que se prolongó a lo largo del siglo XVIII, de gran exuberancia y preciosismo, cuya figura más popular fue la del murciano Francisco Salzillo.
La exposición de Londres se centra, sobre todo, en las dos primeras generaciones, pero además conjuga la escultura con la pintura, buscando ejemplos de contraste del máximo interés. En cualquier caso, la escultura española de este momento no se puede sólo abordar desde una perspectiva formal, porque está insertada en unos fundamentos sociales y culturales muy ricos y complejos, cuya huella todavía pervive hoy en los ritos de las procesiones religiosas.
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